miércoles, 14 de junio de 2017

// //

De la mano de San Agustín: LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 En consecuencia, quien esto lea, si tiene certeza, avance en mi compañía; indague conmigo, sin duda; pase a mi campo cuando reconozca su error, y enderece mis pasos cuando me extravíe. Así marcharemos, con paso igual, por las sendas de la caridad en busca de aquel de quien está escrito: Buscad siempre su rostro (Sal 104,4). Esta es la piadosa y segura regla que brindo, en presencia del Señor, nuestro Dios, a quienes lean mis escritos, especialmente este tratado, donde se defiende la unidad de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues no existe materia donde con mayor peligro se desbarre, ni se investigue con más fatiga, o se encuentre con mayor fruto.
Aquel que, al correr de la lectura, exclama: "Esto no está bien dicho, porque no lo comprendo", critica mi palabra, no mi fe. La frase quizá pudiera ser más diáfana: sin embargo, ningún hombre ha podido expresarse de manera que todos le entiendan en todo. El que no esté conforme con mi expresión o no la entienda, vea si es capaz de comprender a otros autores más versados en estas lides, y si es así, cierre mi libro, y, si le parece, arrincónelo y dedique sus afanes y su tiempo a los que entiende.

Sin embargo, no crea que deba yo guardar silencio porque no me expreso con la precisión y nitidez de los autores que él entiende. No todos los libros que se escriben circulan en manos de todos; y es posible que algunos no tengan a su alcance los escritos que se juzgan más asequibles y topen con estos nuestros y sean capaces de entenderlos.

Por eso es útil que ciertas cuestiones sean tratadas por diversos autores de idénticas creencias, con diferente estilo, para que así la misma verdad llegue a conocimiento de muchos, a unos por este conducto, a otros por aquél. Mas, si alguien se lamenta de no entender mi lenguaje porque nunca fue capaz de comprender tales cosas, aunque estén expuestas con agudeza y diligencia, trate consigo de adelantar en los deseos y estudios, pero no pretenda hacerme enmudecer con sus lamentos y ultrajes.
El que, al recorrer estas líneas, diga que entiende lo que se dice, pero no lo juzga verdadero, pruebe, si le place, su sentencia e impugne, si puede, la mía. Si lo hace impulsado por la caridad y por la verdad y se digna —si aún vivo— hacérmelo saber, opimos frutos me producirá este mi afán; si no le fuera posible hacérmelo presente, siempre le estaré agradecido y obligado en nombre de aquellos a quienes selo hiciese notar. Por mi parte, continuaré meditando, si no día y noche (Cf Sal 1,2), sí, empero, en los fugaces momentos en que me es posible, y para no olvidar mis soliloquios los confío a mi pluma, esperando, por la misericordia divina, poder perseverar en estas verdades que se complace en revelarme; y si estoy en el error, Él me lo dará a conocer13, ya por medio de sus secretas amonestaciones e inspiraciones, ya por medio de su palabra revelada, ya por medio de mis coloquios con los hermanos. Esto es lo que pido, y este mi deseo lo deposito cabe Él, pues es poderoso para custodiar lo que me dio y cumplir lo que prometió.

6. Creo, en verdad, que algunos, más tardos de ingenio, en ciertos pasajes de mis libros opinarán que yo dije lo que no he dicho o que no dije lo que dije. ¿Quién ignora que su error no se me ha de imputar si al seguir mis pasos, mientras me veo obligado a caminar por obscura e impracticable vía, no me comprenden y se desvían hasta dar en el error, si nadie puede con razón atribuir a las autoridades sagradas de los libros divinos los múltiples y variados errores de los herejes, cuando todos acuden a las Escrituras para defender sus falaces y erróneas opiniones?

La ley de Cristo, con suavísimo imperio, es decir, la caridad, me amonesta abiertamente y manda preferir ser reprendido por el que fustiga el error a la lisonja del que lo alaba, cuando los hombres crean que he defendido en mis libros algún error que yo no defiendo, y a unos place y a otros desagrada. Aunque injustamente, pues no es opinión, con justo enojo es vituperado el error por el primero; mientras, por el contrario, no soy con razón alabado por el que juzga que defiendo lo que la verdad condena, ni es con rectitud loada una doctrina que la verdad vitupera.

En el nombre del Señor doy, pues, principio a mi obra.
La Trinidad, III, 5, 6

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario