lunes, 25 de septiembre de 2017

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TÚ, CUANDO TE LLAMEN, VEN

Dejando de lado esta explicación de la parábola, también en nuestra vida puede advertirse una semejanza que la explique. Se toman como llamados a la hora de prima quienes empiezan a ser cristianos nada más salir del seno de su madre; a la hora tercia, los niños; a la sexta, los jóvenes; a la nona, los que se encaminan a la vejez, y a la hora undécima, los ya totalmente decrépitos. Todos, sin embargo, recibirán el único denario de la vida eterna.

Pero prestad atención y comprended, hermanos míos, no sea que alguien difiera el venir a la viña, apoyado en la seguridad de que venga cuando venga ha de recibir el mismo denario. Está seguro de que se le promete el mismo denario, pero no se le manda diferir. Pues aquellos que fueron conducidos a la viña, cuando el padre de familia salió a la hora tercia para llevar a la viña a los que encontrara, al llevarlos ¿le dijo acaso alguno, por ejemplo: «Espera; no iremos allí hasta la hora sexta»? ¿O aquellos a los que encontró a la hora sexta: «No iremos hasta la hora nona»? ¿O los de la hora nona: «No iremos hasta la hora undécima? A todos se va a dar lo mismo, ¿por qué hemos de fatigarnos nosotros más?» Lo que él ha de dar y lo que ha de hacer es decisión suya; tú, cuando te llamen, ven. La recompensa se promete igual para todos, pero lo de la hora del trabajo es una cuestión grande. Si, por ejemplo, los que fueron llamados a la hora sexta, es decir, en la edad corporal en que arden los años juveniles, como también arde la misma hora sexta; si estos jóvenes que han sido llamados dijeran: «Espera; hemos oído en el Evangelio que todos han de recibir una única recompensa; cuando nos hagamos viejos, a la hora undécima, vendremos; habiendo de recibir lo mismo, ¿para qué fatigarse?»; si dijeran eso se les respondería: «¿No quieres fatigarte, tú que ignoras si has de vivir hasta la senectud? Te llaman a la hora sexta, ven. El padre de familia te prometió ciertamente el denario aunque vinieras a la hora undécima; pero nadie te ha prometido vivir hasta la hora séptima. No digo hasta la undécima, sino hasta la séptima. ¿Por qué, pues, difieres seguir a quien te llama, teniendo la certeza de la recompensa y la incerteza respecto al día? Pon atención no sea que lo que según su promesa él te ha de dar, te lo quites tú mismo con tu dilación». Si esto es válido aplicado a los infantes, como llamados a la hora prima; referido a los niños, como pertenecientes a la hora tercia; a los jóvenes, en cuanto puestos en el ardor de la hora sexta, con cuánta mayor razón ha de decirse a los decrépitos: «Ves que es ya hora undécima y aún estás ahí plantado; ¿eres perezoso para venir?» ¿O acaso no salió el padre de familia a buscarte a ti? ¿Qué haces ahí plantado? Has concluido el número de tus años, apresúrate a buscar el denario.

S. 87, 7-8


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