domingo, 24 de septiembre de 2017

// //

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- A- Reflexión

En la parábola de la viña hay que distinguir tres elementos: la viña, el propietario, los jornaleros. En cuanto a la viña siempre se ha entendido que la viña del Señor es su pueblo, la comunidad de los creyentes, la Iglesia. El propietario quiere que su viña sea trabajada para que dé buen fruto. Los jornaleros son todos los que trabajan para construir una Iglesia mejor, que dé frutos de fraternidad, justicia y de vida.

El Reino de los cielos se parece a un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña. Es el amo quien busca trabajadores y les propone trabajar en su campo. Este amor, que es Dios, quiere que todo el mundo forme parte de su pueblo, su viña, que todos trabajemos en ella. Todos estamos llamados, unos más pronto, otros más tarde, pero todos tenemos un trabajo a realizar en la comunidad cristiana. 

También se puede decir que la viña del Señor es el mundo. A  todos nos llama a trabajar por un mundo más humano, más solidario, más cristiano.

Unos trabajaron toda la jornada, y otros en la última hora de la tarde. Pero el propietario de esta viña pagó lo mismo a unos y a otros. ¿Obró injustamente el amo de la viña? Según el modo de pensar de los hombres, sí; pero según los planes de Dios, no.

¿Por qué? El propietario de la viña se fijó en la necesidad de trabajar todos, en la buena voluntad de los primeros y los últimos. Todos obtuvieron el mismo jornal. 

Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros, ya que nosotros nos movemos por la idea del merecimiento. Pero Dios se presenta como un amo generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la buena noticia del evangelio. Ha triunfado la gracia. Nadie merece el cielo, o la posesión de Dios, que es el gran salario. Es otro, Jesucristo, quien lo ha merecido para nosotros.

En vez de parecernos a Dios, intentamos que él se parezca a nosotros. Queremos comerciar con él y que nos pague puntualmente el tiempo que le dedicamos y que prácticamente se reduce al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón. Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, preguntamos: ¿Para qué sirve ir a misa, si Dios nos va a querer igual? Así evidenciamos que no hemos tenido la experiencia de que Dios nos quiere y no reaccionamos en consecuencia amándole también más por encima de leyes y medidas. Dios es gratuito.

San Agustín en su comentario a este evangelio nos anima a realizar bien nuestro trabajo sin tener envidia de los demás porque Dios es generoso:

Pensad que sois vosotros quienes habéis sido conducidos a la viña. Quienes vinieron siendo aún niños, considérense los conducidos a primera hora; quienes siendo adolescentes, a la hora tercia, quienes en su madurez, a la de sexta; quienes eran ya más graves, a la nona, y quienes ya ancianos, a la hora undécima. No os preocupéis del tiempo. Mirad el trabajo que realizáis; esperad seguros la recompensa. Y si consideráis quién es vuestro Señor, no tengáis envidia si la recompensa es para todos igual.

Saber contentarse con lo recibido, saber vivir con aquello que se tiene. Comportarse así es tener paz y sosiego, ser felices siempre. A veces por mirar y desear lo que otros poseen, dejamos de gozar y disfrutar lo que nosotros tenemos. En lugar de mirar a los que tienen más, mirar a los que tienen menos, no sólo para darnos cuenta de que tenemos más, sino para ayudar en lo que podamos a esos que tienen menos, que a veces por no tener no tienen ni lo necesario.

 En la viña del Señor, su Iglesia, hay trabajo para todos. Pobres que necesitan atención, catequistas que exigen formación, enfermos que nos reclaman una visita, personas encerradas en la soledad que nos piden un poco de nuestro tiempo. ¡Vete a esa viña! Nos dice Jesús: a ese trozo de tierra en el que, la Iglesia, ofrece lo mejor de sí misma: el Evangelio. A esa persona que necesita un poco de cariño o a esas situaciones en las que, por no ser recompensadas, siempre hay huecos libres que nadie quiere. ¡Vete a esa viña, mi viña, nos dice Jesús!

Todos somos hermanos llamados por Dios a labrar su viña y ninguno tiene derecho a cobrar ni más ni menos que lo que Dios quiere darnos, que es, en definitiva, a sí mismo.
P. Teodoro Baztán Basterra

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario