martes, 21 de agosto de 2018

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Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado

DOMINGO XX  TIEMPO ORDINARIO -B- Reflexión
Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado (El vino solía ser muy espeso y le añadían algo de agua)

El Libro de los Proverbios, atribuido al rey Salomón,  define la sabiduría como un conocimiento exacto de las cosas y su trascendencia; como un co-nocimiento perfecto de cuanto el hombre puede llegar a aprehender y asimi-lar como si fuera suyo. Este conocimiento auténtico de las cosas no solo le lleva a la felicidad plena sino que lo acerca a su último fin para el que ha si-do creado. La palabra “sabiduría” es la versión española de los términos la-tinos “sapientia” y del griego “sofía”. Todos ellos equivalen a “inteligencia”, “razón”, “prudencia”, “sensatez”, “conocimiento de la vida”. Alguna vez se ha llegado a decir que “la razón constituye la voz de la sabiduría”. Esta  “sa-biduría”  ha sido frecuentemente personificada, es decir “hecha” o considera-da persona, en honor de la cual se han dedicado catedrales y otros monu-mentos a lo largo de la historia, como la Basílica de Santa Sofía de Constan-tinopla, construida por Constantino el Grande o Notre-Dame de París. Su festividad se celebra en la Iglesia occidental el 30 de septiembre.

Esta Sabiduría es la que nos ha preparado su mesa y nos invita a que parti-cipemos de su banquete, cuyo alimento son los consejos y enseñanzas que nos da de parte de Dios. El festín es símbolo de los bienes mesiánicos. Jesús mismo nos hablará del Reino de los Cielos bajo la imagen de un banquete, a la que invita a todos, aunque sean muchos los que no quieren asistir, como podemos apreciar en Mateo y en Lucas.

La Sabiduría es diligente y activa. En los pocos versos de la primera lectura nos dice que construye, planta, prepara, pone, mezcla, despacha…La “Necedad”, sentada, hace bulla, grita, pregona… ocultando que su casa ‘conduce a la muerte’. La Sabiduría nos invita a todos, y lo hace a voz en grito para que llegue “a todos los puntos que dominan la ciudad”, a que sigamos su propio camino, el que conduce a la vida. La imagen de la casa bien plantada y la mesa bien surtida es el símbolo de bienestar tanto material como espiri-tual. La Sabiduría  nos invita a un banquete abierto, a la vista de todos, a una mesa cubierta de buenos vinos. La Necedad, por el contrario, invita a entrar por la puerta de lo oculto y escondido. Una puerta de oscuridades, que lleva a la destrucción y el olvido. Y es que siempre, desde la primara es-cena del Génesis, el Maligno será el ‘padre de la mentira’. Todo lo contrario de la Sabiduría anunciada por Jesús de Nazaret que, al final, promete ‘la vi-da para siempre’. La Verdad plena: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

Sed sensatos, aprovechad la ocasión
En este sentido, los consejos de Pablo a los Efesios son claros  y no necesi-tan comentarios: Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis atur-didos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje; sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Dad siempre  gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

La pena es que, tocados por el mal del primer pecado y envueltos en las realidades mundanas,
preferimos “emborrarnos del vino” del que habla san Pablo, el de las cosas mundanas, y no beber el que nos ofrece la Sabiduría o el propio Jesús. La debilidad o la falta de fe nos arrastra a seguir los conse-jos de la Necedad y no los de la Sabiduría del Libro de lo Proverbios. 

El que come este pan vivirá para siempre. Según el relato de Juan, los judíos, una vez más, incapaces de ir más allá de lo físico y material, escandalizados por el lenguaje agresivo que emplea, inte-rrumpen a Jesús: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Jesús no retira su afirmación, sino que da a sus palabras un contenido más profundo. El núcleo de su exposición nos permite adentrarnos en la experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al celebrar la eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él, sino que han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona. La eucaristía es la experiencia central en los seguidores de Jesús.

Las siguientes palabras no hacen sino destacar su carácter fundamental e in-dispensable: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebi-da”. Si los discípulos no se alimentan de él, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no han de olvidar que entonces: “No tenéis vida en vosotros”. Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nu-trirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la eucaristía. Solo lo conocen aquellos que comulgan con él y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.

El lenguaje de Jesús es de gran fuerza expresiva. Al que se alimenta de él, le hace esta promesa: “Ese habita en mí y yo en él”. Quien se nutre de la euca-ristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no es un modelo de vida que imitamos desde fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro. La experiencia de "habitar" en Jesús y dejar que Jesús "habite" en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirle sostenidos por su fuerza vital. La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la eucaristía es la que él mismo recibe del Padre que es Fuente inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: “El que come este pan vivirá para siempre”.
Lamentamos que muchos creyentes abandonen la misa dominical. Resulta doloroso comprobar cómo la eucaristía va perdiendo su poder de atracción. Pero es más doloroso aún ver que desde la Iglesia asistimos a este hecho sin atrevernos a reaccionar. Jesús es la Sabiduría y él mismo es el banquete que nos tiene preparado, el que lleva a la Vida. Vayamos a comer su pan y a be-ber su vino.

P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.

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