domingo, 30 de septiembre de 2018

// //

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- B. Reflexión

Tolerancia y exigencia

Este párrafo del evangelio reúne una serie de expresiones pronunciadas por Jesús en momentos y lugares distintos. A pesar de todo, guardan una clara relación entre sí.

Aparece en primer lugar el tema de la tolerancia. Juan, el hijo del trueno, que un día pedirá junto a su hermano Santiago, que Dios mande fuego exterminador sobre aquellas ciudades que no creen, ahora le pide a Jesús que impida a los que no son del grupo de los apóstoles que sigan haciendo milagros aunque sea en nombre de Jesús.

La respuesta de Jesús es clara: “No se lo impidáis, porque el que hace el bien en mi nombre no puede hablar mal de mí”.  Es decir, sed tolerantes y comprensivos con todos, aunque sean de otra cultura, de otro partido político, de otra clase social, de otra etnia, de otra religión, de otro grupo dentro de la Iglesia. Ser tolerante también con los no piensan ni actúan como nosotros. También ellos - ¿por qué no? – pueden hacer el bien, pueden trabajar  por una sociedad mejor, más justa, más solidaria.

Y diría más: ser tolerantes con todos aquellos que, a nuestro parecer, obran el mal. El ejemplo lo da Jesús. El evangelio es reiterativo en esto: se acercaba a los pecadores, comía con ellos y les mostraba su amor. El mal o el pecado hay que rechazarlo siempre. A la persona, nunca. Yo no te condeno, pero vete y no peques más, dijo a la mujer adúltera.

Vivimos en una sociedad crispada en muchos momentos por motivos políticos y económicos, ambiciones personales, reivindicaciones de toda clase, etc. Es aquí donde el seguidor de Jesús debe vivir y mostrar un talante de amor y comprensión, de perdón y misericordia, de colaboración y servicio, de compromiso con el más débil, sea quien sea.

Ser tolerantes no significa que aceptemos como bueno lo que no lo es. Y así podemos decir: con el terrorismo, tolerancia cero. Con el aborto, tolerancia cero. Con las injusticias, tolerancia cero. Con el maltrato a las personas, tolerancia cero.

Ser tolerantes con las personas, como Dios lo es con nosotros. Con derecho a discrepar, con derecho a oponerse al mal, venga de donde venga, con derecho a rechazar con toda firmeza las leyes injustas e inhumanas… Sin odio a quienes promueven el mal, rezar por ellos, como nos lo pide Jesús, para que, iluminados por el Espíritu, cambie su corazón y se conviertan.

“Sé, pues, bueno y tolera al malo, dice san Agustín. Sé sencillamente bueno y tolera al malo doblemente” (S 15,6). Y añade en otro lugar: “Por tanto, amadísimos, el que es bueno soporte al malo; el que es malo imite al bueno” (S 223,2). “Imita, pues, a los buenos, tolera a los malos y ama a todos” (CP 27,55).

Ser tolerantes con aquellos que obran de buena fe y hacen el bien, aunque sean de otra ideología, de otro modo de pensar, aunque no sean de los nuestros.

Dios hace salir el sol sobre justos e injustos, hace llover sobre los buenos y los malos, dice el Señor. Todos somos criaturas de Dios y nos quiere como a hijos. Este debe ser también el talante de todo seguidor de Jesús.

Si Jesús pide tolerancia con los demás, a continuación nos pide ser exigentes con nosotros mismos. Una cosa no está reñida con la otra. Son palabras muy duras, que no se pueden tomar al pie de la letra (Si así fuera, todos estaríamos cojos, y mancos, y ciegos). Se trata de renunciar o eliminar de nosotros todo lo que nos puede llevar al pecado. (Una amistad, el apego al dinero, la búsqueda del placer por encima de todo, el egoísmo…)

No es fácil ser cristiano hoy. No lo ha sido nunca. Es ir contra corriente en una sociedad que tiende a arrinconar la fe o a prescindir de ella. Y quizás también a combatirla de mil maneras.

Vivir la fe en nuestro propio ambiente, y no sólo en la iglesia, exige valentía y esfuerzo, decisión y constancia. Renunciando a todo aquello que pueda escandalizar a los más débiles y apartarlos del buen camino. Y el escándalo se puede dar en la familia, en la calle, en el trabajo, en nuestras relaciones personales, es pecar y hacer pecar a los demás.

El cristiano está llamado a edificar, no a destruir, a trabajar por un mundo mejor, no a empeorarlo, a ser agentes de paz y acogida, no a discriminar a nadie. Está llamado a ser como Jesús, que pasó haciendo el bien.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario