domingo, 21 de octubre de 2018

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XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

El domingo pasado Jesús prevenía a sus apóstoles del peligro de las riquezas y hoy les enseña el verdadero sentido del poder.  Pero sus discípulos siguen despistados. No logran entender los mensajes o las propuestas del Maestro. 

No había calado todavía en ellos la idea de un Mesías servidor, humilde, con un amor totalmente entregado, que venía a liberar a la humanidad, y no sólo al pueblo de Israel, del pecado para construir un mundo nuevo. El reino de que habla Jesús, no importa que sea de los cielos o de la tierra, debería tener ministros, y algunos de ellos bien “colocados”: a su derecha y a su izquierda. Es la petición que le hacen los dos hermanos, Santiago y Juan. 

Y no importa tampoco si para conseguirlo tuvieran que pasar por pruebas duras y difíciles. Es el “cáliz” del que les habla Jesús. Se imaginan que el sufrimiento que anuncia Jesús será sólo una etapa fugaz, y que luego llegará el éxito.
Ante la indignación de los otros diez que también ansían los primeros puestos, Jesús se ve obligado una vez más a recordarles que el camino para poder “reinar” con Él es el del servicio con amor. No hay otro.
En la comunidad cristiana, y fuera de ella, sólo cabe la autoridad entendida como servicio. Hasta dar la vida por el hermano si fuera preciso. A los ojos de Dios, nadie es más que el otro. Lo debe ser también a nuestros ojos. Es bueno y conveniente que exista la autoridad, pero entendida como servicio, no como dominio sobre el hermano.

San Pablo se hace eco de la vida y las palabras de Jesús y escribe a los files de Filipos: No hagáis nada por ambición o vanagloria, y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. Nadie busque su propio interés, sino el de los demás. Tened los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2,3-5).

Para ello se requiere emprender el camino de la sencillez y de la humildad. Un camino nada fácil, pero necesario, porque aparece en la misma raíz del evangelio de Jesús. En su misma vida. Aprended de mí, nos dice, que soy manso y humilde de corazón”. Y en el evangelio de hoy: El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Y el que no está constituido en autoridad, también debe servir al hermano. No hay tarea más excelente ni camino más certero. Y hacerlo siempre con amor. San Agustín señala: ¿Deseáis cosas grandes y sublimes? Amad antes las sencillas y humildes. Y añade una comparación con los árboles: cuanto más altos son, más profundas han de ser sus raíces.

Porque, repito, no es fácil cumplir con ello, debemos mirar continuamente a Jesucristo. La primera lectura nos invita a contemplarlo en su abajamiento, como siervo sufriente que carga con nuestros pecados. Esta contemplación nos impulsará a imitarle en su humildad y en su camino de cruz. Y el camino de cruz con Cristo lleva siempre a la victoria final.

Es un camino de cruz, pero de gozo. Es un camino de servicio, pero lleno de amor. Los seguidores de Jesús estamos llamados a imitar su estilo de entrega, su humildad y disponibilidad, con el de deseo de servir, escuchar y ayudar siempre. Apreciando a los demás más que a uno mismo.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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