sábado, 16 de marzo de 2019

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ROMANCE DEL NIÑO MUERTO

Cuando muere de hambre un niño
y nadie siente vergüenza,
en la catedral del cielo
guardan luto las estrellas,
el tiempo deja en las cosas
unas lágrimas de niebla
y se pone de rodillas
el ángel de la inocencia.

Cuando muere de hambre un niño
y nadie llora de pena,
inclinan su desencanto
los juncos de la ribera,
todos los ríos detienen
un momento su carrera
y hay un reguero de llantos
en el alma  de las piedras.

Cuando muere de hambre un niño
y no cunde la tristeza,
se humedece el cristalino
corazón de los poetas,
palidecen los paisajes,
suspiran las sementeras
y en la copa de los árboles
mueve el viento la cabeza.

Cuando muere de hambre un niño
y no se para la guerra,
en la frente de las flores
se rompe la primavera,
el recuerdo gime bajo
la lluvia y una tremenda
ira recorre los versos
de los bíblicos poemas.

Cuando muere de hambre un niño
y el mundo no da la vuelta,
el Arte canta un responso
en la Acrópolis de Atenas
- ofician las nueve Musas
vestidas de penitencia –
y en la Capilla Sixtina
los miguelángeles rezan.

Cuando muere de hambre un niño
y nadie nota su ausencia,
cunde la desconfianza
en las altas Conferencias,
en los Derechos del Hombre,
en los logros de la Ciencia,
en los Acuerdos de Roma,
de París o de Ginebra.

…Porque si puede morirse
de hambre un niño y no se altera
el pulso de los políticos,
el rigor de los ascetas,
el duende de los artistas
y el tono de los profetas,
¿para qué demonios sirven
los prodigios de la Técnica?

Francisco Vaquerizo Moreno
    (España 1936)


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