sábado, 19 de octubre de 2019

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HISTORIA DE SANTA MAGDALENA DE NAGASAKI VII

18. La prisión

Magdalena no se da por vencida. También ella tiene derecho a entregar su sangre por Cristo. Y con el misterioso hatillo en la mano y el hábito como bandera se presenta directamente a los jueces. Alega que es cristiana, que los guardias no la han querido apresar y que quiere ser juzgada. Los jueces registran su misterioso hatillo. Encuentran en él - refiere un testigo - "un libro espiritual escrito por fray Luis de Granada [se trata seguramente de la Guía de pecadores, publicada pocos años antes en Nagasaki] y un calendario para saber las fiestas de precepto". Los jueces le hacen notar que todo eso está prohibido por las leyes, y se lo confiscan. Esa misma mañana mandan meterla en una de las jaulas.

Las autoridades tienen sumo interés en hacer apostatar a aquella joven. Sus padres eran nobles y ella tenía mucha fama en Nagasaki. Le dicen que es joven y bella, le ofrecen riquezas, prometen casarla, refiere un testigo "con uno de los principales señores" de Japón. Responde Magdalena "que ya estaba casada, que era esposa de Cristo nuestro Señor". Nada le hará apartarse de su Amado.

De las promesas pasan las autoridades a las amenazas y a las torturas. Esperan poder doblegar a la indómita e intrépida joven, aplicándole los tormentos que ya han doblegado tantas voluntades. En primer lugar la cuelgan de los brazos, dejándola varias horas suspendida en el aire. "Parecióles a los jueces - escribe el cronista dominico - que con el dolor, descoyuntados los brazos, habría mudado intento, y volviéronla a preguntar si quería dejar la ley de los cristianos... Respondió... que estuvieren ciertos que, ni por este ni por otros muchos mayores que la diesen, dejaría la ley cristiana".

Pasan después al tormento más horrible. Le meten "cañas tostadas entre las uñas de los dedos de las manos -prosigue el padre Aduarte y confirman varios testigos - y le mandan que con los dedos así clavados y acañaverados arase o arañase la tierra, cosa horrenda aun para referirse. Pero no fue bastante a la que tenía en su ayuda al Omnipotente".

Los verdugos pierden la paciencia y una y otra vez la introducen boca abajo en una tinaja llena de agua, hasta dejarla extenuada y sin respiración. A continuación le aplican el tormento del agua ingurgitada. Le hacen beber grandes cantidades de agua, introduciéndosela a presión con un embudo, hasta que queda "como una pipa llena". Después presionan saltando sobre su vientre. El agua vuelve a salir teñida de sangre - añade el referido cronista - "por boca, oídos, ojos y narices".

Los tiranos se dan por vencidos. Se ven obligados a volver a Magdalena a la jaula. Durante todo aquel mes de septiembre, Mag4alena se dedica a prepararse para el martirio. Los amigos que van a visitarla la ven "alabando al Señor", "llena de alegría por sus tribulaciones", como declararán durante el proceso.

19. El martirio

A principios de octubre de aquél año 1.634 comunican a Magdalena la sentencia dictada por los gobernadores Matazayemon y Denshiro. La han condenado a morir en el terrible tormento de la horca y hoya. Con ella han condenado al mismo suplicio a sus 10 compañeros de prisión.

En una mañana fresca de octubre sacan los soldados a los condenados a muerte y los colocan cada uno en un caballo. Las víctimas llevan una soga al cuello y las manos atadas. Como es costumbre, abre la comitiva un alguacil, proclamando a voz en grito el bando de la sentencia de muerte. Sigue Magdalena, encabezando el grupo "como una capitana", dirá un testigo ocular. Va vestida con su hábito negro y la correa de las terciarias agustinas recoletas. De sus espaldas cuelga un letrero donde está escrita la sentencia de muerte y el motivo: "ha sido condenada a muerte por no querer renegar de la ley de Cristo".

Magdalena, por su juventud y belleza, por su intrépido valor, por sus encendidos discursos a los verdugos y a los cristianos que han acudido a ver pasar la comitiva, atrae la mirada de todos.

Mientras sube la pendiente que conduce al "Monte santo" o "Monte de los mártires", encuentra a sus amigas Isabel Cordeira, Regina Ferreira y su hijo Antonio, Antonia Braga, a sus amigos portugueses que tantas veces le han ayudado con limosnas cuando andaba escondida por los montes, y a otros muchos conocidos. Serán testigos maravillosos durante el proceso. Magdalena les sonríe y los invita a rezar por ella. Un testigo referirá que les dijo en lengua japonesa: "Saraba oratio tamina sur" (los que quedáis aquí, encomendadme a Dios). Y prosiguió su camino entonando himnos al Señor.

Llegada la comitiva al lugar del martirio, los verdugos cuelgan en la horca a Magdalena cabeza abajo y con los brazos atados contra el cuerpo, como si fuera una momia. Medio cuerpo hasta la cintura ha quedado introducido en el pozo que está debajo de la horca. Con un cuchillo le han hecho unas incisiones en la sien, para que no muera enseguida por congestión. Tapan el pozo con unas tablas, para dificultar la respiración. La sangre empieza a fluir a la cabeza. Los ojos y la nariz están para estallar.
Los verdugos esperan inútilmente alguna señal. No se oyen sino los débiles suspiros de la víctima, que habla con el Señor. "Invoca - refiere un testigo - a la Virgen María, madre de Dios, y a Jesús". Pasan las horas y los días y Magdalena sigue viva, en profunda oración. Tiene todavía suficiente humor para decir a los verdugos, como referirá uno de los testigos: "Queréis oír una cantiga? Y habiendo respondido los soldado que sí, cantó en lengua japonesa mil cánticos de alabanzas a Dios".
Sumida en altísima contemplación, como a Jesús en la Cruz, se le oyó decir -refiere otro testigo -:.-
 "Tengo sed".

Los soldados, compadecidos, le ofrecen un vaso de agua. Ella responde: "que su sed no era de esa agua, y que Cristo nuestro Señor le daría del agua que ella deseaba". Trece días lleva ya en el martirio. Los gobernadores de Nagasaki están nerviosos. Sospechan de los verdugos. Prohiben que se ayude de cualquier manera a la víctima. Todos están maravillados de que dure tanto tiempo. Los cristianos ven en ello un prodigio de Dios.

Dicen documentos antiguos que los verdugos, para evitar las sospechas de las autoridades, le dieron aquel día por la tarde un golpe en la cabeza. Y para que todo se pareciese más a la muerte de Cristo, el cielo se llenó de densos nubarrones. Esa noche - añaden los testigos del proceso - un fuerte aguacero inundó el pozo y Magdalena muere ahogada. Los soldados queman el cuerpo y esparcen las cenizas por el mar, para que no caigan en manos de los cristianos.

La muerte de Magdalena ha causado una profunda impresión no sólo en los cristianos de Nagasaki, sino también en los paganos. Un sentimiento de temor ha invadido el ánimo de las autoridades, como afirman los testigos. Los soldados que la vigilaron durante el martirio cuentan a los portugueses, llenos de estupor, el comportamiento prodigioso de la joven Magdalena. Hablan de prodigios sucedidos durante aquellos interminables trece días.

Los cristianos recordarán durante mucho tiempo el martirio de la terciaría agustina recoleta. En la colonia portuguesa que ha sido deportada a Macao, no se habla de otra cosa. Todos se encomiendan a su intercesión.

21. La familia agustino recoleta en el Japón

Magdalena de Nagasaki es, sin duda, la figura más significativa de la familia agustino recoleta que constituyeron los heroicos misioneros Vicente de San Antonio y Francisco de Jesús. Estaba constituida por hermanos donados, una especie de religiosos con votos privados de obediencia y castidad que vivían en comunidad.

Venían después los terciarios y terciarias, que procuraban vivir la vida religiosa en el mundo. En aquel tiempo hacían voto de obediencia y de castidad, como ciertos miembros de instituciones modernas, y se dedicaban a obras de apostolado y de caridad entre los cristianos. Eran generalmente catequistas y ayudaban a los padres en el ministerio pastoral. A este grupo pertenecía Magdalena.
En último lugar venían los cofrades de la cintura o de la Virgen de la Consolación, ligados también en cierto modo a la Orden. Eran generalmente gente casada, que no podía dedicar todo su tiempo al apostolado.

Sería difícil decir cuántos terciarios y cofrades agustinos recoletos hubo en Japón. El padre Francisco de Jesús, en una carta escrita en 1.630 desde la cárcel de Ómura, calcula en unos 300 el número de terciarios y cofrades martirizados, sin contar a los que pudieron huir de la persecución.

En 1.637 se instruyó en Macao el proceso al que nos hemos referido antes para probar el martirio de 77 terciarios y cofrades de la Virgen de la Consolación agustinos recoletos, y de tres hermanos profesos. Todos ellos murieron en Omura en 1.630 quemados vivos unos, degollados otros. Vicente de San Antonio, en una carta escrita desde la cárcel, nos da el nombre de cada uno de estos ilustres mártires.

Magdalena conocía, sin duda, a muchos de ellos. Con ser tan joven, era la hermana mayor, la que daba a todos aliento y ponía una nota de juventud y de alegría cuando se reunían en grupo. Y cuando la mayor parte había derramado su sangre por Cristo, se ofreció ella como víctima y sufrió un martirio doloroso y cruel, como ninguno de los terciarios lo había padecido. Por eso bien merece el honor de los altares.

Hoy, desgraciadamente, no quedan terciarios agustinos recoletos en el Japón. Los hermanos terciarios, sin embargo, se han multiplicado por otras partes del mundo. Son los herederos de aquellos gloriosos mártires japoneses, que después de trabajar en obras de apostolado y de caridad, sacrificaron su vida por Dios.
 Romualdo Rodrigo, O.A.R
Roma 1987



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