martes, 7 de abril de 2020

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CONTRA LA MENTIRA X


No se puede mentir por la salud temporal de nadie

Pero la fragilidad humana prosigue su trabajo y con el apoyo del vulgo proclama que su causa es invencible. Y replica con obstinación: ¿Cómo se va a socorrer a los hombres, que están en peligro, si nuestro sentido humano no nos inclina a mentir, cuando solamente por el engaño podrán librarse de la desgracia propia o ajena? Si me escucha con paciencia la turba de la mortalidad, la turba de la enfermedad, le responderé algo en defensa de la verdad. Como es bien sabido, la santa, piadosa y auténtica castidad no procede sino de la verdad, y quien actúa contra ella obra contra la verdad. ¿Por qué, pues, si no puedo ayudar de otra manera al que se encuentra en peligro, no cometo un adulterio que es contrario a la verdad por ser opuesto a la castidad, y para ayudar a los que están en peligro voy a decir una mentira que en sí misma y abiertamente es contraria a la verdad? ¿Qué nos seduce tanto en la castidad que ofende a la verdad? Pues toda la castidad proviene de la verdad, no del cuerpo, pues la verdad es la castidad del alma, y es también en el alma donde reside la castidad corporal.
 Finalmente, lo que poco antes dije y ahora lo vuelvo a decir: ¿el que me contradice para apoyar y defender la mentira, qué dice, si no dice la verdad? Pero, si ha de ser escuchado porque dice la verdad, ¿cómo me quiere hacer veraz diciéndome la mentira? ¿Cómo puede la mentira tomar por patrona a la verdad? ¿O acaso vencerá a su adversario para vencerse a sí misma? ¿Quién podrá tolerar tanto absurdo? Por tanto: de ningún modo debemos decir que los que afirman que a veces se debe mentir, son veraces diciendo esto, ni que la verdad nos enseña a mentir, lo que es muy absurdo y muy tonto. Pues ¿cómo es que nadie aprende de la castidad a adulterar ni de la piedad a ofender a Dios ni de la benignidad a hacer daño a otro, y vamos a aprender de la verdad que se debe mentir? Pero si esto no lo enseña la verdad, ciertamente, no es verdadero, y si no es verdadero no se debe aprender, y si no se debe aprender, nunca se debe mentir.

Pero alguien ha dicho: El alimento sólido es propio de los perfectos. Es cierto que se toleran muchas cosas a la debilidad humana que no están de acuerdo con la auténtica verdad. Eso lo dice el que no teme a las consecuencias que se han de temer si se permitiesen, en cierto modo, algunas mentiras. En todo caso, nunca se ha de llegar al extremo de permitir que las mentiras se conviertan en blasfemias y perjurios. Pues nunca es adecuado pretextar una causa por la se deba perjurar, o, lo que es más execrable, por la que se deba blasfemar de Dios. Pues no deja de ser una blasfemia el que se blasfeme mintiendo. Podrá alguno decir que no se jura en falso porque se perjura mintiendo. Pero ¿puede alguien ser perjuro en virtud de la verdad? Así, tampoco puede ser nadie blasfemo por decir la verdad. Es cierto que jura más levemente en falso el que no sabe que es falso, pues juzga ser verdadero lo que jura, como Saulo blasfemó de forma más excusable porque lo hizo por ignorancia 

Por lo mismo, es peor blasfemar que perjurar, porque jurando en falso se pone a Dios por testigo de una cosa falsa, pero cuando se blasfema se dicen cosas falsas del mismo Dios. Ahora bien, el perjuro y el blasfemo son tanto más inexcusables cuanto más saben o creen que son falsas las cosas que afirman al perjurar o blasfemar. En definitiva, el que afirma que se debe mentir por salvar la salud temporal de un hombre, y hasta llega a decir que, por ese motivo, se puede blasfemar o perjurar, se descarría totalmente del camino de la salvación y la vida eterna. 

No se puede mentir ni por la salvación eterna del hombre

Pero, a veces, se nos pone enfrente el peligro de la salud eterna, que se nos grita que es posible alejar, con nuestra mentira, cuando no hay otro remedio. Por ejemplo, cuando un hombre sin bautizar se encuentra en manos de unos impíos infieles, y al que no se puede llegar, para bautizarlo y regenerarlo, a no ser mintiendo para engañar a sus guardianes. Ante este odiosísimo clamor, que nos quiere obligar a mentir, no por las riquezas y glorias pasajeras de este mundo ni tampoco por esta vida temporal sino por la salud eterna del hombre, ¿en quién me refugiaré sino en ti, oh Verdad? Y, entonces, tú me propones el ejemplo de la castidad. ¿Por qué, pues, si estos guardianes para que nos admitan a bautizar a un hombre, aunque se les pueda seducir con una acción indecente, no hacemos nada contra la castidad y si pueden ser engañados, con una mentira, hacemos lo que es contrario a la verdad? Cuando nadie amaría fielmente la castidad si no la enseñase la verdad. Por tanto, para conseguir bautizar a ese hombre, engáñese a los guardianes si así lo manda la verdad. Pero ¿cómo va a mandar la verdad que hay que mentir, para bautizar a un hombre, si la castidad no ordena fornicar para que el hombre se bautice? Pero ¿por qué la castidad no ordena esto sino porque esto no lo enseña la verdad? Si, pues, debemos hacer lo que la verdad enseña, dado que la verdad enseña que ni, para conseguir bautizar a un hombre, debemos hacer lo que es contrario a la castidad, ¿cómo nos va a enseñar a hacer, para bautizar a un hombre, lo contrario a la verdad misma? Pero, así como los ojos débiles para mirar al sol directamente, ven, sin embargo, con agrado las cosas iluminadas por el sol, del mismo modo, las almas capaces de deleitarse con la belleza de la castidad no son capaces de mirar de hito en hito la verdad, en sí misma, que ilumina la castidad. Pero, cuando se les ofrece algo que es contrario a la verdad, lo rehúyen y lo aborrecen, igual que rehúyen y aborrecen cuando se les propone hacer algo contrario a la castidad. Pues, el hijo que aceptando la doctrina está muy lejos de la perdición y nada falso sale de su boca, tan prohibido se le antoja socorrer a un hombre por medio de la mentira como socorrerle por el camino de impulsarle a fornicar. Y el Padre escuchará su oración, para que pueda socorrerle sin mentir, pues el mismo Padre, cuyos juicios son inescrutables, quiere socorrerle.

Pues un hijo así se abstiene tanto de la mentira como del pecado. Pues en ocasiones su usa la palabra mentira por la palabra pecado. Por eso, cuando se dice: Todo hombre es mentiroso, es como si se dijera: Todo hombre es pecador. Y lo mismo aquella frase: La verdad de Dios prevalece sobre mi mentira. Por tanto, quien miente como un hombre, peca como un hombre, y será alcanzado por aquella sentencia que se pronunció: Todo hombre es mentiroso, y: si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Pero si nada falso sale de su boca, vivirá conforme a la gracia de la que se dijo: El que ha nacido de Dios no peca. Pues si solo tuviéramos este origen nadie pecaría, y cuando vivamos de él solo nadie pecará. Pero ahora todavía arrastramos el peso de la corrupción, de la que hemos nacido, aunque, según el principio de nuestra regeneración, nos renovamos interiormente de día en día. Pero cuando esto corruptible sea revestido de incorrupción, la vida lo absorberá todo y no quedará ningún aguijón de muerte. Porque el aguijón de la muerte es el pecado.

Conclusión y recapitulación general

Por tanto, se han de evitar las mentiras obrando rectamente o se han de confesar haciendo penitencia. Pues como, por desgracia, abundan en la vida, no vayamos a aumentarlas enseñándolas. Así, a todo e
l que piensa esto, si elige ayudar a un hombre, al que cree que ha de socorrer, con alguna mentira, porque se encuentra en peligro en su salud temporal o eterna, al menos consigamos convencerle de que no debe, por ningún motivo, perjurar ni blasfemar. Pues estos pecados son más graves que los impuros o al menos no son menores. Pensemos que, muchas veces, los hombres, cuando sospechan una infidelidad de sus mujeres, las obligan a jurar que no han cometido adulterio, cosa que, ciertamente, no harían si no pensaran que, incluso las que no han tenido miedo de cometer adulterio, temerían hacer perjurio. Y, ciertamente, algunas mujeres impúdicas, que no temieron engañar a sus maridos en un concúbito ilícito, han temido poner a Dios por testigo falso de su mentida fidelidad.
¿Qué motivo hay, pues, para que un hombre casto y religioso no quiera socorrer, por medio del adulterio, a un hombre para que se bautice, y quiera hacerlo por el perjurio que hasta los mismos adúlteros temen? Y si es vergonzoso hacer eso perjurando, ¿cuánto más lo será hacerlo blasfemando? Lejos, pues, del cristiano renegar o blasfemar de Cristo para conseguir que otro se haga cristiano. Busque al que se pierde para encontrarlo, pero sin enseñar esas cosas que lo echarán a perder una vez encontrado. Así pues, te conviene refutar y destruir ese libro cuyo nombre es Libra. Y, en primer lugar, debes cortar la cabeza de ese principio por el que dogmatizan que se debe mentir para ocultar la religión. Además, les debes demostrar que, en cuanto a aquellos testimonios de los Libros santos, a los que se esfuerzan en tomar por patronos de sus mentiras, en parte no son mentiras y, en la parte que lo son, no se deben imitar. Y si tanto les trastorna su enfermedad que se les permite hacer algo venial, que reprueba la verdad, en todo caso han de mantener y defender, como inconcuso, que, en lo que toca a la religión divina, nunca se ha de mentir en absoluto. Y, en cuanto a los que se mantienen ocultos, así como no es lícito descubrir a los adúlteros con el adulterio ni a los homicidas con el homicidio ni a los hechiceros con hechicerías, del mismo modo, tampoc
o debemos buscar a los mentirosos por medio de mentiras ni a los blasfemos con blasfemias, según todas las discusiones que hemos mantenido a lo largo de este libro, y que han sido tantas que casi ya no pensaba que llegaríamos a su fin, que en este lugar fijamos.
CMend XIX-XX-XXI

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