domingo, 17 de enero de 2021

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DOMINGO II del TIEMPO ORDINARIO (B) Jn 1, 35-42

 ¿Qué buscáis?... Venid y lo veréis

Pasaba Jesús... Cristo pasa por nuestra vida, pasa a nuestro lado; lo hace en muchos momentos y en circunstancias varias. Pasa, y a lo mejor no caemos en la cuenta que es él. Y pasa de largo. Tendríamos que decir con San Agustín: Timeo Jesum transeuntem (S. 88, 14, 13), «Tengo miedo de que Jesús pase» y no lo reconozca. Pasa de largo cuando no atiendo al hermano enfermo o necesitado, en la Palabra que oigo pero no escucho, en la eucaristía celebrada o participada con rutina y desgana, o en mi fe adormilada...

Y necesitamos que alguien o algo nos toque el corazón, nos abra los ojos, y lo podamos ver, y nos diga: Este es el cordero de Dios. Lo dijo Juan el Bautista y sus dos discípulos oyeron su testimonio. Y aquí comenzaba un camino espiritual, que los llevó hasta Jesús. Cuatro verbos como cuatro impulsos que no pudieron frenar o contener: Oyeron............., siguieron.............., vieron ..............., se quedaron..............

Este podría ser también nuestro itinerario espiritual para ir al encuentro de Jesús. Dice San Pablo que la fe entra por el oído (Cf. Rm 10, 17). Es decir, nace del mensaje que se escucha, nace de Cristo, que es la Palabra. Él nos habla y quiere que seamos, no sólo oidores, sino "escuchadores". Escucha quien acoge e interioriza lo que oye. El mismo Jesús nos invita a escucharle: Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica..., nos dice a todos (Mt 7, 24). Y lo ratifica cuando lleva a sus ovejas a los mejores pastos Mis ovejas escuchan mi voz (Jn 10, 27): ellas están atentas y se dejan guiar por el Buen Pastor. Los dos discípulos oyeron y escucharon lo que dijo Juan, acogieron su palabra y quedaron "tocados" interiormente.

Y siguieron a Jesús. Jesús pasaba y ellos siguieron sus pasos. Le siguieron físicamente; más tarde, cuando sean llamados por él, le seguirán como discípulos suyos. Querían conocerlo y estar con él. Nosotros no necesitamos andar o caminar para ir al encuentro de Jesús. El camino debe ser interior, hacia dentro de nosotros mismos. San Agustín nos presenta un itinerario que recorrió él, y le fue bien. Entra dentro de ti mismo, nos dice; en el hombre interior habita la Verdad. Y la Verdad, lo sabemos, es Cristo. Encontramos a Cristo-Verdad dentro de nosotros mismos; pero también al exterior de nosotros: en los hermanos, en la eucaristía, en muchos de los acontecimientos que "nos ocurren", en la misma naturaleza. Rastreemos sus huellas..., Sigamos caminando...

Los dos discípulos de Juan seguían a Jesús y no se atrevían a decirle nada. Y Jesús les preguntó: ¿Qué buscáis?. Y se animaron a responderle con otra pregunta: Maestro, ¿dónde vives?

Vieron dónde vivía... El adverbio "dónde", en esta ocasión, puede encerrar más significados; entre otros, "cómo", "qué", "con quién", etc. Querían saber quién y cómo era el Cordero de Dios presentado por Juan, Jesús, de qué vivía, qué hacía... Venid y veréis, les dice Jesús. No es difícil imaginar qué fue lo que allí encontraron: al mismo Jesús en persona, su palabra, su mirada, sus gestos... Estuvieron varias horas con él. Hasta las cuatro de la tarde. Estar con Jesús, contemplar con sosiego y gozo, acoger sus palabras e interiorizarlas... ¡Una gozada!. ¿De qué hablaron? No se sabe, ni importa mucho, ya que él, Jesús, era la misma Palabra.

Y quedaron "llenos" de la Palabra, hasta el punto de salir de allí dispuestos a comunicar a otros la experiencia por ellos vivida. Es una bellísima lección para nosotros. Sabemos dónde vive Jesús, y nos invita a ir y ver. Quienes a lo largo del tiempo han acogido su invitación y han estado con él, han vivido la misma experiencia de los dos discípulos: gozo íntimo, plenitud y paz, fe en crecida, amor gratuito y generoso, impulso incontenible para atraer a otros al encuentro con Cristo, que en esto consiste básicamente la tarea de la evangelización.

Y ¿nosotros? Hay quienes buscan al Señor, lo encuentran y gozan en su compañía; y "salen de él" con un corazón rebosando de amor y un deseo irreprimible de darlo a conocer. Nadie sale de un encuentro con Cristo con las manos vacías. Pero a otros, quizás, nos puede una cierta indiferencia para buscarlo y estar con él en oración callada o contemplativa, incapaces de experimentar gozosamente la presencia real de Cristo entre nosotros, en el sagrario y en la vida; vivimos, quizás, alienados, con la mente y el corazón dirigidos sólo o preferentemente hacia las cosas de la tierra, efímeras y caducas; y andamos "desquiciados", fuera del centro que sostiene y orienta nuestra vida; tibios en nuestra vida de fe, ni fríos ni calientes, acomodados y con la ilusión dormida. ¡Levantaos, vamos!, nos dice Jesús como a los discípulos adormilados en Getsemaní, que es la hora de la verdad. Siempre es hora de la verdad, siempre es la hora de Cristo. Que sea también la nuestra.

Fue tan rica y tan gratificante la experiencia vivida hasta la "hora décima" (hacia las cuatro de la tarde), que salieron de ahí dispuestos a anunciar lo que habían visto y oído. Andrés, uno de los dos discípulos, encontró a  su hermano Pedro y lo llevó a Jesús. Andrés es el paradigma del discípulo de Cristo. Vive la experiencia del seguimiento e indica otros el camino para ir a Jesús. Su primera "conquista", su hermano Pedro, a quien Jesús llama en este momento Cefas, que significa piedra.

San Agustín:

Él (Cristo) les mostró dónde moraba; ellos fueron y se quedaron con él. ¡Qué día tan feliz y qué noche tan deliciosa pasaron! ¿Quién podrá decirnos lo que oyeron de boca del Señor? Edifiquemos y levantemos también nosotros una casa en nuestro corazón a donde venga él a hablar con nosotros y a enseñarnos.

 

¿Percibo claramente el paso de Cristo por mi vida?

 ¿Si así es, sigo sus pasos para encontrarme con él?

¿Considero mi fe como un camino de búsqueda o sólo como un comodín para sentirme a gusto con ella?

¿Animo a otros a ir al encuentro con Cristo?

¿Cómo interpreto y hago mías las palabras de San Agustín?

 

 P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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