viernes, 6 de abril de 2012

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QUINTA PALABRA


Tengo sed


Esta quinta palabra tiene en primer lugar un sentido literal, claro, sencillo. Jesús tiene sed: sed fisiólogica, sed de agua, sed de las entrañas abrasadas de calentura. Tiene la sed de los que padecen una fiebre alta. En los crucificados la fiebre alcanzaba pronto treinta y nueve grados. Sed de los que han perdido mucha sangre; sed de los heridos en los campos de batalla, de los operados en los quirófanos de las clínicas. Y Él estaba tan herido y desangrado. El sudor de Getsemaní. La sangre corriendo abundante, tan abundante que le regó las espaldas, le empapó los vestidos, corrió por tierra entre las piedras y lo troncos del huerto. San Lucas, el evangelista médico, emplea al describirla un verbo griego que significa que la sangre corrió espesa en grumos, como la resina de los pinos en un día de agosto. Sangre en la flagelación. Sus espaldas, su trofeo, quedó como lo vio el profeta; como un barbecho recién removido por el arado, sangre en los látigos de los verdugos, sangre en las paredes, sangre en las losas del Pretorio, sangre en las armaduras metálicas de los soldados, sangre en la columna, sangre en las paredes de la calle de la Amargura, sangre pisada por las sandalias de los ricos y por los pies desnudos de los mendigos; sangre en su cuerpo convertido en hemorragia suelta, sangre en la cabeza, sangre en la cabellera costrosa y pegajosa y adherida al cráneo, sangre en el sudario de la Verónica, cráneo sangriento de cien agujeros, los cien agujeros de las espinas, sangre en el rostro; sangre corriente, sangre coagulada, sangre negra, sangre en la cara, sangre en las manos, sangre en los pies.

Tan ensangrentado estaba que el profeta lo vio tan rojo como los pies de los vendimiadores que pisan la uva en el lagar, como si le hubieran vestido con la túnica de púrpura de Bosra. Y a consecuencia de tanta pérdida de sangre, aquella sed: una sed abrasadora, como si todo el cuerpo fuera una hoguera excitante, una llamarada viva en la parrilla ardiente de la cruz. No os extrañéis ahora que se queje de sed. Tiene los labios requemados, la lengua reseca, reseca según la tremenda comparación del salmista, tanquam testa, como un pedazo de barro cocido, como un trozo de ladrillo en el horno del alfarero. Apenas puede silabear: Sitio. Tengo sed. Más que una palabra fue un suspiro sibilante, ahogado. Sitio. Tiene sed el que aquel día del Génesis dijo: Háganse las aguas, y las aguas llenaron los abismos del mar. Tiene sed el que alimenta los manantiales, los torrentes; tiene sed el que estruja las nubes del día sobre los sembrados, el que trajo el diluvio, el que trae las tormentas de verano, el que llena los charcos para que beban los pájaros, el que gotea el rocío sobre las flores marchitas. Tiene sed, digámoslo con la fórmula, bella como todas las suyas, de san Agustín: Tiene sed la fuente; “sitit fons”.

Este es el sentido literal de la quinta palabra: se muere de sed la fuente. Pero, también esta quinta palabra tiene otro sentido más profundo, más misterioso, más trágico. Y nos lo va a dar san Agustín: Sitis Christi, sitis nostra; sitis Cápitis, sitis membrorum. La sed de Cristo es nuestra sed; la sed de la cabeza es la sed de los que somos miembros de esa cabeza. Porque ¿qué eres tú, hermano mío, sino una sed? Quid enim sint homines nisi sitientes amoris? Y la sed es amor, y el amor es sed. Y Dios puso en ti una sed, la puso en las mismas raíces de tu ser, en el meollo, en el cogollo mismo de tu corazón. Sed de felicidad, sed de vida, sed de amor, sed de existencia plena y eterna. Y encendió en ti esa sed para que lo busques a Él, la fuente, el amor, la felicidad y la vida. Pero tú te has convertido esa sed en una fiebre perniciosa y maligna. Fiebre de la carne insatisfecha. Mira a ése, mira a ésa de mirar provocativo, de hablar obsceno, de ademanes repugnantes, denunciando en una asquerosa lascivia de gorilas. Les hierve la sangre en las venas. Tiene fiebre. A veces la llaman fiebre de amor, y es fiebre de lujuria. Mira a ése absorto en sus negocios dudosamente limpios o descaradamente sucios. También tiene fiebre, la fiebre del dinero. Mira ese vengativo, rencoroso, envidioso. Tiene fiebre. Sed de venganza ciega. Mirad a ése y a ésas, a todos y en todos alguna de las siete fiebres de los siete pecados capitales. Y todas esas fiebres fueron aquella tarde la fiebre del Crucificado, y esas odiosas llamas fueron llamas de aquella hoguera, de aquella sed de Cristo. Él es cabeza de este cuerpo místico, de este triste cuerpo místico en el que la mayoría o parte de los miembros están muertos y podridos. ¿Qué cuerpo místico de Cristo es éste, donde, no sé, pero quizás la mayoría no vive, la mayoría está en pecado, la mayoría está en permanente pecado mortal? ¿Qué cuerpo místico de Cristo es este donde tantos miembros no tienen otra vinculación vital sino una fe muerta e inoperante, que dicen creer pero desmienten, a todas horas, la sinceridad de esa fe? ¿Qué cuerpo místico de Cristo es este de cristianos de cumplimiento pascual, que confiesan y comulgan una vez al año, que viven unos días o unas horas en gracia y 360 días en pecado? ¿Qué cuerpo místico de Cristo es este de tantos cristianos de última hora, que viven toda su vida trampeando con Dios y esperan hacer la última trampa, recibiendo en la hora de la muerte unos sacramentos dudosamente válidos o unos sacramentos sub conditione? ¿Qué tiene de extraño entonces que la cabeza de ese cuerpo sea una cabeza sanguinolenta y espinada, una cabeza de ojos tristes, de labios resecos, una cabeza que se muere do sed?

Finalmente, último sentido de la quinta palabra: La fuente tiene sed. Tiene sed de que tú tengas sed de esa fuente. Otra vez aquí la fórmula agustiniana, que no tiene traducción exacta al castellano: la fuente tiene sed de ser bebida, Cristo tiene sed de que tú tengas sed de Él, porque Él tiene sed de ti. El evangelista san Juan, el único que nos habla de la sed de Cristo en la cruz, es el evangelista del agua, de la fuente y de la sed. Y Cristo es el agua, y Cristo es la fuente y tú eres la sed. El que ahora se está muriendo de sed gritaba un día: “Él que tenga sed, que venga a mí y beba y yo le daré un agua con la que ya nunca volverá a tener sed, porque yo haré brotar en él una fuente de aguas vivas, como surtidor que alcanzará la vida eterna”.

Y tú hombre, y tú, mujer, y vosotros y yo somos los sedientos, unos pobres sedientos perdidos en el desierto y fascinados por el espejismo del oasis y fuentes mentirosas que no pueden matar esa sed. Bebed de todas las fuentes que queráis y seguiréis muriendo de sed. Esa sed de amor perfecto, perfecto y total, esa sed de felicidad completa, esa sed de vida eterna que nos quema el alma, sólo puede saciarla este sediento.
Un día de sol, hacia la hora del mediodía, este sediento pidió de beber a una mujer de Samaria, a una sedienta que todos los días llenaba el cántaro vacío en aquel pozo, pero que nunca había logrado llenar el cántaro vacío de su alma vacía. Y el sediento prometió a la sedienta apagarle aquella sed del alma. Esta tarde este sediento de la quinta palabra está ofreciendo el agua que ofreció a aquella mujer. Te esta diciendo que Él es la fuente. Acabas de verlo agonizar enfebrecido, desangrado, reseco. Y, sin embargo, todavía después de muerto, un soldado lo miró cara a cara y blandió con brazo fuerte el asta de una lanza, tanteó la distancia y hundió un palmo del hierro en el costado yerto. Y del costado del sediento brotó sangre y agua, sangre y agua en abundancia. Y esa sangre y esa agua siguen corriendo para ti promesas de felicidad, de amor y de vida, hasta la vida eterna. Y tú estas muriendo de sed, confiésalo. Mientras se despeña el río, se está secando tu huerta. Pero no; Cristo de la quinta palabra, Cristo de la sed: nosotros los sedientos te decimos como la mujer Samaritana: Danos de esa agua. Hacia ti levantamos las ánforas vacías de nuestras almas vacías. Llénalas, Señor, de esa agua tuya de vida eterna. Amén.

 SERAFÍN PRADO SÁENZ - Sermón de las siete palabras - 1960


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