martes, 26 de agosto de 2014

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De la mano de San Agustín

Mt. 23,13-22  No perdonaba con las palabras para tener después a quienes perdonar en el juicio

 El Dios de las venganzas, el Señor; el Dios de los castigos ha obrado con intrepidez (Sal 93,1). ¿Crees tú que no se venga? Se venga el Dios de los castigos. ¿Qué significa el Dios de los castigos? El Dios de los castigos. Tú murmuras contra él porque no castiga a los malos. No murmures, no sea que te pongas en el número de los que han de sufrir su venganza. Aquél ha realizado un robo, y sigue viviendo; tú murmuras contra Dios porque el que te ha robado no muere. Si tú ahora ya no hurtas, mira si no lo hiciste alguna vez en el pasado. Si ya eres día, piensa en tu noche pasada. Si ya te hallas establecido en el cielo, piensa en tu tierra. Te podrás encontrar con que fuiste ladrón alguna vez. Y por ahí hay alguien encolerizado, porque tú habiendo sido ladrón, sigues viviendo, y no estás muerto. Y así como tú, cuando cometiste el mal seguiste viviendo, para no repetirlo, no vayas a querer derribar el puente de la misericordia divina, porque tú ya lo has pasado. ¿No sabes que han de pasar muchos por ese puente? ¿Existiría ahora, para murmurar, si hubiera sido oído el primero que murmuró contra ti? 

Y sin embargo aún deseas ahora el castigo de parte de Dios contra los malos, ansiando que muera el ladrón, y murmuras contra Dios porque no muere el ladrón. Pesa en la balanza de la justicia al ladrón y al blasfemo. Dices que ya no eres ladrón; pero murmurando de Dios eres blasfemo. El ladrón espía el sueño del hombre, para robarle algo, y tú dices que Dios duerme y no ve al hombre. Si quieres que le frene la mano, frena tú primero la lengua. Quieres que Dios corrija su corazón contra el hombre; corrige tú primero el tuyo contra Dios, no sea que cuando pides venganza a Dios, si viene te encuentre a ti primero. Sin lugar a dudas, Dios vendrá, vendrá y juzgará a los que permanecieron en su iniquidad, a los que han sido ingratos a la generosidad de su misericordia, a los desagradecidos a su paciencia, que atesoraron para sí la ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios, que dará a cada uno según sus obras; porque Dios es el Señor de los castigos, y por lo tanto, obra con firmeza. No perdonó a nadie cuando habló aquí: se mostró débil en la carne, pero poderoso
en su palabra. No hizo acepción de personas respecto a las autoridades judías. ¡Cuántas cosas no les echó en cara! Y se las dijo con intrépida franqueza; porque así está escrito de él en los salmos: Por la miseria de los indigentes y el lamento de los pobres, ahora me levantaré, dice el Señor. ¿Quiénes son los pobres; quiénes son los indigentes? Los que han puesto su esperanza en el único que no falla. Mirad, hermanos, quiénes son los pobres y los necesitados: cuando la Escritura alaba a los pobres, no se refiere a los que nada poseen. Tal vez te encuentres con un hombre pobre, que al padecer una injuria, no va en busca sólo de su patrono, en cuya casa vive, siendo servidor, inquilino o cliente, y le manifiesta que padece sin razón, ya que le pertenece, y su corazón y su esperanza están puestos en el hombre, el polvo confía en el polvo. Y, al contrario, hay algunos ricos que gozan temporalmente de honores humanos, y, sin embargo, no ponen su esperanza en el dinero, ni en su hacienda, ni en su servidumbre, en el esplendor de su transitoria dignidad, sino en aquel a quien nadie le sucederá; en quien nunca ha de morir, que no engaña ni es engañado. Éstos, aunque parezca que poseen muchas riquezas mundanas, sin embargo las administran admirablemente para remediar a los necesitados, y son contados entre los pobres del Señor. Pues al caer en la cuenta de que en esta vida viven en peligro, y que son peregrinos exiliados en ella, se hospedan en la opulencia de sus riquezas, pero como viajeros que han de proseguir el camino, sin establecerse en la posada. 

¿Qué dice, pues, el Señor? Por la miseria de los indigentes, y el clamor de los pobres, me levantaré al instante, dice el Señor, y los pondré a salvo. Nuestro remedio está en nuestro Salvador. En él quiso poner la esperanza de todos los pobres y necesitados. ¿Y qué más dice? Obraré con intrepidez. ¿Qué significa esto? Que no temerá, que no pasará por alto los vicios y las codicias de los hombres. El médico honrado y fiel, provisto y adoctrinado con la lanceta medicinal de la palabra, cura todas las heridas. Así pues, el que fue profetizado y anunciado de esta manera, así se presentó y así habló en el monte, donde dijo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Allí también fueron llamados bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia; y añadió: porque de ellos es el reino de los cielos. Y para hacerlos lumbreras, o sea, soportadores de todas estas injusticias pasajeras, añade: Seréis bienaventurados cuando se os persiga y se diga todo mal contra vosotros. Alegraos y regocijaos, porque tendréis gran recompensa en los cielos (Mt 5,3. 10. 11.12). 

Y luego, en el transcurso del sermón, cuando comenzó a enseñar, a pesar de que le rodeaba la multitud, dijo tales cosas a sus discípulos que llegaron a herir el rostro de los fariseos y de los judíos, que se arrogaban la primacía de la exposición de las santas Escrituras, y que se tenían por justos, o pensaban que eran tenidos por tales, y que recibían la obediencia del pueblo, en atención a su autoridad; en tales circunstancias, como antes os he dicho, no perdonó, y dijo: Cuando oréis, no lo hagáis como los hipócritas, que les gusta orar poniéndose de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para ser vistos por los hombres, y todo lo demás que allí se dice (Mt 6,5). Se metió con todos, y no se acobardó con nadie. Y al final de este mismo discurso, dice de él la Escritura evangélica: Y sucedió que, habiendo terminado Jesús de proferir estas palabras, quedaron admiradas las multitudes de su doctrina, pues enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados y fariseos (Mt 28-29).

¡Cuántas veces aquel de quien se dijo que enseñaba como quien tiene autoridad, dijo; ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! (Mt 23, 13) ¡Cuántas cosas les echó en cara! Y a nadie tuvo miedo. ¿Por qué? Porque es el Dios de los castigos. Y por eso no se callaba en sus palabras. Para tener después a quienes perdonar en el juicio; si entonces no quisieran tomar la medicina de la palabra, habían de incurrir y de recibir la sentencia del juez. ¿Por qué? Porque dijo: El Dios de los castigos es el Señor, el Dios de los castigos actúa con decisión, es decir, a nadie perdonó con la palabra. El que no perdonó en sus palabras, cuando se acercaba su pasión, ¿perdonará en su sentencia cuando juzgue? Él, que en su vida humilde, no tuvo miedo a nadie, ¿lo tendrá cuando venga en su gloria? Por lo que ya ha actuado ahora con decisión, piensa cómo obrará cuando venga al fin del mundo. No murmures, pues, contra Dios, porque aparenta no hacer caso de los malvados; más bien sé bueno con quien temporalmente no te ahorra el castigo, y al fin te perdonará en el juicio. El Dios del castigo es el Señor, el Dios del castigo ha obrado con decisión.
Comentario al salmo 93,7



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