miércoles, 17 de septiembre de 2014

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De la mano de San Agustín

1 Cor 12,31 -13,13  La caridad es la fuente propia de los buenos y de los santos


 El cubre sus partes superiores con las aguas (Sal 103,3). Leemos esto, y se entiende muy bien al pie de la letra. Pues, cuando mandó que se hiciera el firmamento entre aguas y aguas, se hizo que hubiera aguas bajas que bañan la tierra, y aguas altas, lejanas de la mirada de los hombres; y no obstante, encomendadas a la fe. Y las aguas, dice, que están sobre los cielos, alaben al Señor, porque él lo dijo y fueron creadas; él lo mandó, y existieron (Sal 148, 4-5). Queda, por tanto, explicado el sentido literal de la frase: Cubre sus partes superiores con aguas. 

¿Qué significan simbólicamente? Como hemos tomado la piel por la sagrada Escritura, y también por la autoridad de la divina Palabra, que se administró por los mortales, de los que, muertos, se extiende la fama de su administración, preguntamos de qué modo se entiende figuradamente también: Cubre sus partes superiores con aguas. ¿De qué partes superiores se trata? Del cielo. ¿Y qué simboliza el cielo? La sagrada Escritura. ¿Cuáles son los lugares más elevados de la divina escritura? ¿Cuál es lo más alto que encontramos en la santa Escritura? Pregunta a San Pablo y te lo dirá: Os voy a mostrar un camino más excelso. ¿A qué llama camino más excelso? Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que suena o unos platillos estridentes (1 Cor 13,1).

. Pero si no puede hallarse en la santa Escritura nada más excelso que el amor, ¿cómo se cubren con aguas los más altos lugares del cielo, siendo así que el precepto del amor es el lugar más eminente de la Escritura? Mira cómo: el amor de Dios —dice el Apóstol— ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5). Entiende ya en el amor del Espíritu Santo, por el nombre de derrame, las aguas. Estas son las aguas de las que se dice en otro pasaje de la Escritura: corran tus aguas por tus plazas; ningún extraño participará de ellas (Prov 5,16.17). Todos los extraños del camino de la verdad, ya sean paganos, judíos, herejes y cualquier mal cristiano, pueden tener muchos dones, pero no el del amor. ¿Por qué éste es un don especial? Para no hablar de otros dones externos que reciben los hombres, mencionaré el hacer salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5,45), el cual ciertamente es don de Dios, y don común no sólo para los buenos y malos, sino también para las bestias y las fieras. El mismo existir, vivir, ver, sentir, oír y los demás dones que acompañan al ejercicio de los sentidos, son dádivas de Dios; pero mirad a cuáles y cuántos son comunes, aun a aquellos que no quieres imitar. Asimismo, los hombres pésimos poseen también agudo ingenio: los desenfrenados cómicos, por ejemplo, no carecen de la lábil destreza de las artes, los ladrones tienen también riquezas; también están casados y tienen numerosos hijos muchos hombres malos. Nadie niega que todos éstos son dones excelentes de Dios; pero mirad a quiénes son comunes.
Dirijamos ahora la mirada a la misma Iglesia: el don de los sacramentos que se da en el bautismo, en la eucaristía y en los otros sacramentos, ¿qué bien es? Este bien fue también recibido por Simón Mago(Hch 8,13). La profecía ¿qué bien es? También profetizó Saúl, rey malo, y profetizó cuando perseguía al santo David. Fijaos que no dije que profetizó después de haber perseguido, pues quizá después de haberlo perseguido habría hecho penitencia, y se habría hecho digno de recibir el espíritu profético. No profetizó después o antes de perseguirle, sino en la persecución. Envió a sus criados a apresar a David, y, hallándose David en esa circunstancia entre los profetas con el santo Samuel, llegaron los emisarios de Saúl, y, recibiendo el espíritu profético, profetizaron. Quizá se acercaron a él con buen ánimo, o llevados por la necesidad de su oficio, o con intención de no cumplir lo mandado. Entonces Saúl envió a otros emisarios; les sucedió lo mismo, lo cual ha de interpretarse como lo anterior. Viendo que tardaban, vino él mismo enfurecido, respirando muerte y sediento de la sangre del santo inocente, con el que se mostraba ingrato, y también se apoderó de él el espíritu profético y profetizó. Luego no se jacten quienes tal vez tuvieron este don de Dios o el santo bautismo sin poseer el amor. Vean más bien la disposición que han de tener con Dios quienes no usan santamente de las cosas santas.
Del número de éstos han de ser aquéllos que dirán: Profetizamos en tu nombre; y no se les dirá: "mentís", sino: No os conozco; apartaos de mí, obradores de iniquidad (Mt 7,22-23). ¿Por qué? Porque aunque tenga toda clase de profecía, si no tengo amor, nada soy (1 Co 13,2). Profetizó Saúl, pero obraba iniquidad. ¿Quién obra iniquidad? El que no tiene amor. El amor es la plenitud de la Ley. Luego cubre con aguas sus partes más elevadas. ¿Qué dijo? En todas las Escrituras el camino más elevado, y el puesto más sublime lo ocupa el amor. Sólo los buenos la anhelan; los malos no participan, como nosotros, de él; pueden participar del bautismo, pueden participar de otros sacramentos, pueden participar de la oración, pueden hallarse dentro de estas paredes y formar parte de esta asamblea, pero no participan del amor con nosotros. Esta es la fuente genuina de todos los bienes y de todas las cosas santas, de la cual se dice: Ningún extraño participará contigo. 
¿Quiénes son los extraños? Todos los que oyen: No os conozco. Pues, si no son conocidos, sin duda son extraños. Luego el supereminente camino del amor comprende a los que verdaderamente pertenecen al reino de los cielos. Por tanto el precepto del amor está por encima de todos los cielos y de todos los libros, a él se le someten todos los libros, y le sirven todas las palabras de los santos, y todos los movimientos, sea del alma o del cuerpo, de todos los administradores de Dios. Así que el camino es excelentísimo, y con razón se cubren los más altos lugares del cielo con agua, porque nada encuentras más sublime en los divinos libros que el amor.
Comentario al salmo 103, 1,9.

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