sábado, 20 de septiembre de 2014

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De la mano de San Agustín


1 Cor 15,35-37. 42-49  No seas ingrato para con tu redentor no dando fe a sus promesas

¿Por qué, te suplico, no quieres creer en la futura resurrección de la carne? ¿Qué te lo impide? ¿Qué te desagrada de los cuerpos? ¿Quién jamás ha tenido odio -dice el Apóstol- a su carne? (Ef 5,29).
¿Qué te desagrada del cuerpo? Si se describiera la estructura completa del cuerpo, ¿no quedaría pasmado quien la escuchase? ¿Quién bastaría para describirla? ¿Qué te desagrada en el cuerpo? Te lo digo yo: la corrupción, la mortalidad. Pero sólo existirá lo que a ti te agrada y desaparecerá lo que te desagrada. Escucha al Apóstol: Se siembra un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual; se siembra en el oprobio, y resucitará en la gloria; se siembra en la debilidad, y resucitará en la fortaleza. Escucha, aún más: Conviene que este cuerpo corruptible se revista de incorrupción y que este cuerpo mortal se vista de inmortalidad ( 1 Cor 15,44.43.53). Vuelve a la vida lo que te agrada y perece lo que te desagrada.

No seas ingrato para con tu redentor no dando fe a sus promesas; haz, más bien, lo que te ordenó para alcanzar lo que prometió. Tu redentor puede hacer cualquier cosa pues es Dios. Si te desagrada que resucite el cuerpo, desagrádete ya ahora ese cuerpo. ¿Por qué tratas tan bien a ese cuerpo que te desagrada? ¿Por qué lo proteges? ¿Por qué lo nutres? ¿Por qué deseas que permanezca sano? ¿O es que te agrada? Dale, pues, las gracias y cree en la resurrección. Los cuerpos resucitarán, por tanto, puesto que resucitó Cristo; pero carecerán de necesidades, dado que también Cristo, ya resucitado, comió porque pudo hacerlo, no porque lo necesitase. Allí no habrá hambre; ni estaremos en pie, diciendo con temblor: Danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6,11): tendremos siempre el pan eterno. Pan siempre a disposición; no desearemos la lluvia pensando en él, ni nos asustaremos ante la sequía del cielo, porque nuestro pan será quien hizo el cielo. Tampoco habrá allí temor, ni fatiga, ni dolor, ni corrupción, ni carestía, ni debilidad, ni cansancio, ni pereza. Ninguna de estas cosas existirá, pero sí el cuerpo. 

Todos estos males que experimentamos en el cuerpo fueron consecuencia del pecado; no tuvieron su
origen en la misma creación. Por culpa del hombre que pecó hemos recibido, ya desde el comienzo, una mala herencia de nuestro padre pecador; pero nos llegó otra herencia de aquel que tomó la nuestra y nos prometió la suya. Nosotros teníamos la muerte por causa de la culpa; él tomó la muerte sin la culpa; fue muerto quien nada debía y borró el acta de nuestras deudas. Esté, pues, vuestra alma imbuida de la fe en la resurrección. Los cristianos tienen prometido no sólo lo que ya se proclama como sucedido en Cristo, sino también lo que, por él, tendrá lugar en ellos.
                                                                           Sermón 242 A, 3.

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