jueves, 4 de septiembre de 2014

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Virgen de la Consolación

    Comencemos la celebración de este día, tan entrañable para nosotros, con una pregunta: ¿qué aporta esta solemnidad a nuestras personas y a nuestras comunidades? La primera respuesta es: en Dios “hay espacio para el hombre”; en Dios cabe el hombre. O sea, Dios es la “casa” con muchas moradas, al estilo como lo dice Jesús en el evangelio. Sí, Dios es la casa del hombre. Y la Virgen María, hoy Madre de la Consolación, uniéndose a Dios, se hace también casa y morada para cada uno de  nosotros.
   
    Debemos plantear la Madre de la Consolación como un “misterio” y eso no es afirmar un aspecto complementario. Si partimos de una gran verdad que, ojala, fuera convicción y forma de vivir, es que no solo en Dios hay espacio para el hombre  sino también que en el hombre hay espacio para Dios. Y ¿qué ocurre en la Virgen María? Ella se convierte en sagrario viviente que contiene a Dios.

    Una de las experiencias que necesitamos aprender de María es la del “espacio”; en Ella el espacio es total porque abre las puertas de su corazón y contiene totalmente a Dios; así Dios ocupa totalmente su persona, recibe a la toda la Luz y a toda la Vida. El paso fundamental está en “he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según su Palabra”. Y Ella nos enseña así que abriéndonos a Dios no perdemos nada y lo ganamos todo.  Esa es la experiencia de la “consolación”: sentirse llena de Dios solo por la gracia sino también con la llamada a transmitir a la humanidad la consolación de Dios.

    Tal vez nos falta una mirada propia de la consolación de Dios: María no es de por sí la autora de la consolación; Ella experimenta en su ser y en su vida el misterio de la consolación de Dios y, por ello mismo, traduce, en propia persona la riqueza y la amplitud del misterio de la consolación de Dios. Cuando hoy, también como Iglesia y como Orden, hablamos mucho de crear “un mundo nuevo”, podríamos antes de nada reclamarnos si es posible, mejor, si es necesario, dejar a Dios que haga real en nosotros el milagro constante de la consolación cuyo contenido está en la presencia, en el perdón, en la misericordia, en su “estar con nosotros y entre nosotros”.  La Virgen María es la expresión verdadera de un mundo nuevo en su interior desde el día en que Dios le manifiesta que es “llena de gracia”, que “está con Ella”, que “es bendita entre todas las mujeres...” ¿Algo admirable? Por supuesto: todo, gracia; al fin y al cabo, es consolación del Señor que la llevará a seguir abriendo su corazón a Quien va a ser el Salvador del mundo.

     La consolación de Dios llega a convertir la realidad humana en “hijos de Dios”, en participación plena en la vida de Dios. Sola la presencia de Dios (¡cómo lo experimenta la Virgen María!) puede garantizar un mundo nuevo en el corazón. Dios es el que impulsa y apoya ya aquí, mientras vivamos y cuando nos muramos, y Él nos asegura que no vamos al vacío. Él nos espera y en Él encontramos a la Madre de la Consolación. Todo esto solamente es aceptable cuando hay una convicción profunda de la gracia de la cual el Señor nos hace partícipes y que sitúa a María como cauce real y único de transmisión. Lo hermoso de la fe está en dejarse llenar, en creer que Dios nos ama infinitamente y que, al igual que  en la Virgen María, Él no cesa “de hacer grandes cosas en nosotros”. Iluminar el corazón y, como consecuencia, la vida, es obra del Señor; lo que ocurre, y eso lo sabe bien la Virgen, es que Dios jamás condena y su deseo es que el hombre y la mujer de todo tiempo, experimenten el contenido y la expresión plena del amor de Dios, que es la consolación auténtica. 

    Puestos a analizar el concepto experiencial que tenemos de la Virgen de la Consolación -la imagen de la Virgen con el Niño en brazos y de rodillas Mónica y Agustín-, tal vez quepa cambiar la imagen tan tradicional y presentar la “consolación de Cristo a la Virgen” y que quede definido el misterio para hacernos comprender a todos lo inseparable del misterio de la Cruz y María recibiendo desde el Crucificado la expresión  más plena de la consolación de la humanidad: Padre de las misericordias que por la bienaventurada Virgen María enviaste al mundo el consuelo prometido por los profetas, tu Hijo Jesucristo, concédenos, por su intercesión, que podamos recibir tus abundantes consolaciones y compartirlas con los hermanos (Oración en la Liturgia de las Horas en esta solemnidad).

    Se deduce desde aquí que Ella se convierte en “consoladora universal” y, cómo nosotros los agustinos recoletos, en una tradición digna de convicción y entusiasmo, hemos ofrecido a la Iglesia una espiritualidad mariana sin recortes y sí en una característica tan digna de crédito hasta el punto de suscitar una piedad, ojala siempre desde una valoración del misterio de la salvación, que se ha hecho realidad en la cercanía a la Virgen.

    A todos los hijos la Madre de la Consolación nos anima a la esperanza. En la medida en que nos dejemos cautivar desde el amor de Dios expresado en María, “llena de consolación”, se abre un camino en el que descubrimos cómo Ella nos enseña la verdadera felicidad. La Virgen María no es solo Madre de la Consolación el 4 de setiembre, es el camino diario de llegar a Cristo en la Cruz, fuente de amor y de vida. Meditemos: . Nuestro Salvador piadoso dijo estas palabras llamando a todos los afligidos y que padecen trabajos, porque él es el único remedio y consuelo nuestro y tiene caudal abundante para remediar a todos. Más, océano es de donde salen todos los ríos de misericordia, y no se agota ni puede agotarse; el mundo llama para atormentar a los que le siguen. Solo Jesucristo, padre de las misericordias, atrae a sí e invita a los que sufren para recrearlos y perdonarlos.

Lectio Divina

La devoción a María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Consolación es universal y de larga tradición. Sobre todo en la Familia Agustiniana, que completa el título mariano hablando de Nuestra Señora de la Consolación y Correa. La correa hace referencia al hábito agustiniano.
   
El origen de esta devoción se halla íntimamente ligado a la vida de san Agustín, sintetizada en una piadosa tradición. Santa Mónica se hallaba sumida en el dolor por los extravíos de su hijo Agustín. A esta preocupación se sumó la muerte de su esposo Patricio y meditó en la desolación de María después de la muerte de Jesús. María se aparece a Mónica vestida de negro y ceñida con una correa del mismo color, diciéndole: «Mónica, hija mía, éste es el traje que vestí cuando estaba entre los hombres después de la muerte de mi hijo». La alegría de Mónica fue grande al escuchar aquellas palabras. Alegría que llegaría a su culmen con la conversión de su hijo Agustín.
   
El nombre de Consuelo o Consolación hace pensar en cercanía al afligido, fortaleza para compartir el dolor ajeno, compañía para ahuyentar la tristeza de la soledad. María, elevada al cielo, «brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación» (LG 69).
   
En las letanías del Rosario, la Iglesia invoca a María como consuelo de los afligidos, porque el título mariano por excelencia es el de madre de Dios y Madre nuestra. Como madre, particularmente atenta a los hijos que sufren (Apunte histórico en el Subsidio Litúrgico para el Misal Agustiniano, p. 93).


Lecturas

Is 49, 8-11. 13. 15

    Hay una idea central: “el Señor consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados”. Este mensaje -recordemos que para el profeta es la alegría de la inmediata liberación de Israel-, y, sin embargo, el retorno, ante un país arrasado y abandonado no era una esperanza grande.
   
Lo importante es señalar la protección divina para “restaurar el país” y las imágenes tan llamativas del profeta no son más que la invitación a la de Dios: “decid a los cautivos: ¡salid!, a los que están en tinieblas: venid a la luz”. Hasta la misma naturaleza colabora para facilitar la vuelta de los repatriados. La idea del Dios que restablece todo invita a la naturaleza entera a brincar y saltar de júbilo ante la gran consolación de Yahvè para con su pueblo. Y el dato último culmina en fondo y en la expresión: hacer frente a la tentación de la desesperanza. El pueblo, aun sintiendo la necesidad de Dios, llega a dudar de Su presencia y favor. Viene ahí la cálida ternura del Señor: ¿Puede una madre olvidarse del hijo que amamanta abrazado a su pecho? “Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”. Nunca se encuentra en el AT una expresión de tal calibre, una expresión tan profunda, íntima y expresiva de la ternura y amor divinos. Dios es Padre y Madre.

2 Cor  1, 3 - 7

    El texto es una bendición, aunque en sí es una acción de gracias. Y la acción de gracias está motivada por realidades esperanzadoras que se dan dentro de la comunidad a la que escribe el apóstol. El artífice de esta bendición: “Él ha comenzado la obra buena y la lleva hasta el final”. El motivo es claro: “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo”.
   
El motivo de la bendición es Dios, es Padre de compasión y Dios de toda consolación. Dios actúa ante la tribulación que sufre el hombre pero, a la vez se orienta a asociarnos solidariamente a los “sufrimientos de Cristo”. Esta asociación de Pablo a los sufrimientos de Jesús será un tema muy importante en la epístola, por lo que es normal que sea presentado en la acción de gracias-bendición.
   
La comunidad es consolada por Dios en medio de la tribulación y la comunidad cristiana notará que ese consuelo le consolará a ella misma.

Jn 2, 1-12

    Es conocido el comienzo del relato: “al tercer día”. De hecho nos lleva a recordar la culminación de la Semana de lo que se ha describiendo cada día (la expresión está también en Ex 19, 16 para la manifestación divina). El evangelista concede a este episodio una significación importante: es la manifestación o revelación de la Gloria (tema que se anuncia en 1, 51). Nuestra lectura dice: “manifestó su gloria”. Se nos presenta a María como Madre de Jesús y esta indicación deja en claro el papel que María ocupa en el relato. También Jesús y sus discípulos fueron invitados a la boda.
   
Los demás datos son conocidos. ¿Cómo intuir la enseñanza de lo sustancial en el tema? Jesús es el protagonista y Él habla de su hora. Así establece una relación entre Caná y el Calvario y el agua convertida en vino recuerda el banquete mesiánico. El signo (milagro decimos nosotros) revela a Jesús como el Mesías y da a conocer su Gloria. La presencia de la Madre no es principal pero sí fundamental: aparece como primera invitada e interviene con una súplica: “no tienen vino”. Acoge la misteriosa respuesta de su Hijo sobre la “hora” y sin sentirse desplazada avisa a los servidores: “haced lo que Él os diga”. Es una fórmula de la Alianza y así pone de relieve el puesto de María en la economía de la Nueva Alianza. Ella, Madre de Jesús, estará presente en el Calvario; Ella, representante de Israel fiel, intercede con mediación personal.
   
Los discípulos confirman su fe en Jesús y los demás personajes cumplen su cometido: la función de figura mesiánica (el novio), el comprobador del milagro (maestresala) y los discípulos, testigos del milagro. Y, un detalle para no olvidar: la relación con el sacramento del matrimonio va implícita en el mismo relato. Las Bodas llevan en sí la referencia a la Alianza (como símbolo).


Meditación

    Es necesaria una aclaración: en el subsidio litúrgico es posible una doble elección del texto evangélico. Aquí se ha preferido el texto de las Bodas de Caná sin ningún motivo particular.
   
El hecho de encontrarnos diariamente en un ámbito donde priman tanto el dolor, la soledad, el desamparo, la pobreza… nos pueden llevar a plantearnos temas de reflexión como también a motivos de un serio examen de conciencia. Al estar tan habituados a la realidad, que cambia de nombre pero no en el dolor, tengamos en cuenta que eso afecta a la persona en distintas formas y situaciones. En una solemnidad de la Virgen de la Consolación acentúa la liturgia los datos bíblicos del Dios que responde con su gracia, de los auxilios en el día propicio, de la llamada urgente a salir de las tinieblas, a ofrecer a la vida de “montes y senderos que se nivelan”… y eso hace más fácil el camino de la existencia humana.
   
¿Dónde se encuentra el consuelo verdadero? En el “Padre de misericordia y Dios del consuelo”. Es Dios, nuestro Padre que jamás deja solos a sus hijos y los guía en su caminar. Un Dios que, al decir de Jesús, nunca condena sino que siempre perdona, un Dios que “nos alienta en cualquier lucha” y jamás se separa de nosotros porque nos ama infinitamente. El creer en ese Dios, único y verdadero, Creador y Redentor, es luz que nos llega en cada momento a todos nosotros y más cuando nos encontremos en la desolación y en la tristeza. Si cada uno reconociéramos en el corazón la misericordia con la cual Dios nos trata, no perderíamos nunca la esperanza.
   
La situación de la historia, casi siempre mirada más en nivel social, nos desborda pero, a la vez, no llegamos a la verdad de un Dios que jamás nos abandona. Y, a este efecto, Él ha hecho posible que el camino cristiano tenga la fuente incomparable de la entrañabilidad maternal dándonos el regalo vivo de una Consolación que jamás se aparta de nuestro camino y que nos llena de su amor.
   
El milagro de las Bodas de Caná continúa en la historia de la humanidad porque Ella que “proclama las grandezas del Señor”, eleva a Dios su agradecimiento por la “consolación” que “como esclava del Señor” ha experimentado en su propia persona. Ella, que como nadie ha experimentado los sufrimientos de Cristo, se hace presente en nuestra vida acompañándonos en nuestro dolor y llevando a Cristo por nuestra “falta de vino”. Consolada y Consoladora: así, desde Ella misma, nos acerca a la Cruz y nos hace copartícipes de la Muerte y Resurrección para que nosotros “alentemos a los demás en cualquier lucha”.

Oración

Reina y Madre querida de la Recolección:
fuente de luz y vida, solaz del corazón.
Madre, Reina te llama nuestra Recolección,
que por doquier proclama tu dulce protección.
Dirige tu mirada al mundo en rededor:
¡oye, Madre adorada, la plegaria de amor!
No ves, oh Madre mía de la Consolación,
a los que noche y día cantan en tu loor:
son tus hijos queridos de la Recolección,
que en un amor unidos y un solo corazón.
portan el estandarte de tu gran devoción.
¡Madre!, servirte, amarte,
es su mejor blasón.
(Himno de Fr. Domingo CARCELLER OAR, a la Madre de la Consolación)

Contemplación

    ¿Por qué dice el Hijo a su madre: «Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora». Nuestro Señor Jesucristo es Dios y hombre: Jesús no tiene madre, como Dios, más sí como hombre. Es madre, pues, de la carne, madre de la humanidad, madre de la flaqueza que tomó por nosotros. El milagro que iba a realizar es obra de su divinidad, no de su flaqueza. Es obra de Dios, no de la flaqueza con que nació. «Pero lo débil de Dios es más fuerte que los hombres». Su madre le pide un milagro, pero Él hace como que desconoce las humanas entrañas cuando va a obrar obras divinas, como si dijera: Lo que en mi ser obra los milagros no lo engendraste tú; tú no engendraste mi divinidad; pero como engendraste mi debilidad, te reconoceré entonces precisamente cuando mi debilidad esté pendiente de la cruz. Este es el sentido de las palabras: «No es mi hora todavía».
   
En aquella coyuntura la reconoce quien siempre la conoció. Antes que ella naciese, la conoce como madre en su predestinación. Antes que Él, como Dios, diese el ser a aquella de la que Él lo había de recibir como hombre, ya la conoce como madre. Pero hay un motivo misterioso en el que no la reconoce, y no hay otro momento misterioso igualmente, que aún no había llegado, en el que vuelva a reconocerla. La reconoce en el momento en que iba a morir lo que ella dio a luz. No muere lo que dio a María el ser sino lo que fue hecho por María. No muere la eternidad de la Divinidad, sino la debilidad de la carne. Da aquella respuesta con la intención de distinguir en la de los creyentes quién era Él y por dónde había venido. Viene de una mujer, que es su madre, el que es Dios y Señor del cielo y de la tierra…
   
¿Por qué dice pues:«no ha llegado mi hora todavía»? Más bien porque, como tenía el poder para morir cuando quisiera, no veía todavía la oportunidad de usar este poder… ¿Qué significa: «no ha llegado todavía mi hora»? Que no ha llegado todavía esa hora en la que yo conozco ser oportuno que yo padezca y en que mi pasión será útil. Cuando llegue este momento, padeceré voluntariamente. (SAN AGUSTÍN, Tratados sobre ev. según san Juan 8, 9-12.BAC 139, pp. 263-269).

Acción. Meditemos ante la Madre de la Consolación el Himno “REINA y MADRE...”



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