Lo que en aquel tiempo hablaba Jesucristo nuestro Señor a sus discípulos se consignaba por escrito y se preparaba para que también lo escuchásemos nosotros. Hemos oído, pues, sus palabras. En efecto, ¿de qué nos serviría verlo y no escucharlo? Tampoco ahora nos perjudica el que no lo veamos, si lo escuchamos. Dice: Quien a vosotros desprecia a mí me desprecia1. Si estas palabras las dijo pensando solo en los apóstoles, despreciadme a mí. Pero, si su palabra ha llegado hasta mí, me ha llamado y me ha puesto en lugar de ellos, guardaos de despreciarme, no sea que le alcance a él la injuria que me hacéis a mí. Si no me teméis a mí, temed a quien dijo: Quien a vosotros desprecia a mí me desprecia. ¿Por qué yo, que no quiero que me despreciéis, os hablo a vosotros sino para disfrutar con vuestras buenas costumbres? Que vuestras buenas obras me sean de alivio en mis peligros. Vivid bien para no morir mal.
Sermón 102,1.
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