sábado, 1 de noviembre de 2014

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De la mano de San Agustín (1)

La felicidad eterna

 ¡Qué intensa será aquella felicidad, donde no habrá mal alguno, donde no faltará ningún bien, donde toda ocupación será alabar a Dios, que será el todo para todos! No sé qué otra cosa se puede hacer allí, donde ni por pereza cesará la actividad ni se trabajará por necesidad. Esto nos recuerda también el salmo donde se lee o se oye: Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre.

Todos los miembros y partes internas del cuerpo incorruptible, que ahora vemos desempeñando tantas funciones, como entonces no habrá necesidad alguna, sino una felicidad plena, cierta, segura, sempiterna, se ocuparán entonces en la alabanza de Dios. En efecto, todo aquel ritmo latente de que hablé en la armonía corporal repartido exterior e interiormente por todas las partes del cuerpo no estará ya oculto, y junto con las demás cosas grandes y admirables que allí se verán, encenderán las mentes racionales con el deleite de la hermosura racional en la alabanza de tan excelente artífice. Cuáles han de ser los movimientos de tales cuerpos que allí tendrán lugar no me atrevo a definirlo a la ligera, porque no soy capaz de concebirlo. Sin embargo, tanto el movimiento como la actitud, al igual que su porte exterior, cualquiera que sea, será digno allí donde no puede haber nada que no lo sea. Cierto también que el cuerpo estará inmediatamente donde quiera el espíritu; y que el espíritu no querrá nada que pueda desdecir de sí mismo o del cuerpo.

Habrá verdadera gloria allí donde nadie será alabado por error o adulación de quien alaba. No se dará el honor a ningún indigno donde no se admitirá sino al digno. Habrá paz verdadera allí donde nadie sufrirá contrariedad alguna ni por su parte ni por parte de otro. Será premio de la virtud el mismo que dio la virtud y de la que se prometió como premio Él mismo, que es lo mejor y lo más grande que puede existir.

¿Qué otra cosa dijo por el profeta en aquellas palabras: Seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, sino: «Yo seré su saciedad, yo seré lo que puedan desear honestamente los hombres, la vida, la salud, el alimento, la abundancia, la gloria, el honor, la paz, todos los bienes»? Así, en efecto, se entiende rectamente lo que dice el Apóstol: Dios lo será todo para todos93. Será meta en nuestros deseos Él mismo, a quien veremos sin fin, amaremos sin hastío, alabaremos sin cansancio. Este don, este afecto, esta ocupación será común a todos, como lo es la vida eterna.
C de D XXII 30,1


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