jueves, 3 de septiembre de 2015

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De la mano de San Agustín (3) Enemigos invisibles

 Por eso nos amonesta diciendo: Vuestro combate no es contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes y potestades (Ef 6,12). Alguien puede pensar: «el combate es contra los reyes de la tierra, contra los potentados del mundo». ¿Por qué? ¿No son «carne y sangre»? Se dijo globalmente: No contra la carne y la sangre: no pienses, pues, en hombre alguno. Quedan como enemigos: Contra los príncipes y potestades, les espíritus malvados, los que gobiernan el mundo (Ef 6,12). Da la impresión de que otorgó más categoría al diablo y a sus ángeles; les dio más: los designó como «los que gobiernan el mundo». Para que no lo entiendas mal, expone cuál es el mundo que ellos gobiernan: los que gobiernan el mundo —dice—, de estas tinieblas (Ef 6,12). ¿Qué significa del mundo, de estas tinieblas? El mundo está lleno de personas que lo aman y alejadas de la fe a los que ellos gobiernan; a ellas llama tinieblas el Apóstol. A estas las gobiernan el diablo y sus ángeles. Estas tinieblas no son naturales, no son inmutables: cambian y se convierten en luz; creen y, al creer, son iluminadas. Cuando esto se haya producido en ellas, oirán: Pues en otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor (Ef 5,8). En efecto, cuando eras tinieblas, no lo eras en el Señor; a su vez, cuando eres luz, no lo eres en ti sino en el Señor. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7) Por tanto, dado que son enemigos invisibles, hay que combatirlos invisiblemente. Al enemigo visible le vences hiriéndole; al invisible, creyendo. El enemigo es visible cuando es un hombre: visible es también su herida; el enemigo es invisible cuando es el diablo: invisible es también el creer. Hay, pues, un combate invisible contra enemigos invisibles.
Sermón 67, 5

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