jueves, 15 de diciembre de 2016

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Los cinco minutos del Espíritu Santo

Respiro profundamente, como si el aire fuera un soplo del Espíritu que viene a regalarme nueva vida.

Expulso el aire viciado, lo saco todo afuera hasta que no quede nada, para que con ese aire se alejen de mí todas las impurezas interiores, la tristeza, el cansancio, las tensiones, los malos recuerdos. Me vacío.

Luego aspiro de nuevo con profundidad, recibiendo la vida nueva del Espíritu y la frescura que me alivia.

Poco a poco voy haciendo silencio en mi interior, dejando que se apaguen todos los nerviosismos, que se acallen los pensamientos. Permito que cada parte de mi cuerpo se relaje y se desplome serenamente.

Así, habitado por un profundo silencio, dejo que el Espíritu Santo me diga palabras nuevas, eso que necesito escuchar en este momento de mi vida.

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Un pensamiento diario de San Agustín de Hipona

"La venida de Cristo"
El único Hijo de Dios debía venir sobre la tierra, hacerse hombre y nacer hombre. Debía morir, resucitar y subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir todas las promesas hechas a todas las naciones. Después, debía venir de nuevo para ejecutar sus amenazas contra los malvados y para premiar a los justos, como había prometido.   (Enarraciones sobre el salmo 110,3)
Oración - Señor, somos tu pequeño rebaño: te pertenecemos. Extiende tus alas y nos refugiaremos bajo ellas. Sé nuestra gloria, amanos y que tu palabra se tema entre nosotros.    (Confesiones 10,36)
P. José Luis Alonso Manzanedo

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