viernes, 10 de marzo de 2017

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LA SAMARITANA (4)

8.    No tengo marido

Anda, llama a tu marido y vuelve acá.  Las palabras de Jesús fuerzan a la Samaritana a mirar dentro de sí misma, ver su propia realidad y decirla. Nueva sorpresa de la mujer. ¿Qué “pinta” aquí mi marido en todo esto, si, además, no lo tengo? ¿Por qué me pide que lo traiga? No tengo marido, le dice. Y se sorprende todavía más cuando le dice Jesús: Tienes razón al decir que no tienes marido, pues has tenido cinco hom-bres, y el de ahora tampoco es tu marido.

Quien tiene delante de ella ha descubierto su interior. La conoce más que ella a sí misma. Ella, al verse “descubierta”, se percata de que él no es un caminante más, como tantos otros que se acercan a beber agua del pozo de la aldea. Es distinto y superior a todos. ¿Cómo sabe él, puesto que no la conocía, que ha tenido cinco hombres con ella y el de ahora tampoco es su marido? ¿Cómo y por qué ha adivinado su interior y conoce su vida pasada y actual? Tiene que ser un profeta. Un profeta vidente, como eran llamados en oca-siones en la historia de Israel.

Así piensa y le dice: Señor, veo que eres profeta. Se va acercando poco a poco a la fe en Jesús. El diálogo va in crescendo, se va iluminando su mente, y su corazón le va diciendo que el “sediento de su agua” es, al menos, un enviado de Dios. Ya no interesa el agua del pozo. Dentro de ella comienza a brotar un agua nue-va, distinta a la que ella buscaba antes del encuentro. Un agua de la que ella pide beber porque no quiere tener más sed. Hace un primer acto de fe y afirma que quien se la ofrece es un profeta. Está bebiendo ya agua de la nueva fuente.

Si tu oración es diálogo con Dios y en ella vas dejando que sea él quien primero te hable, y, además, sientes que comienzas a sentir un “cosquilleo” interior por la sorpresa de un misterio que aún no entiendes, pero que te va indicando que es el amor de Dios que se va abriendo paso como el fluir del agua de un riachuelo, pre-gunta y pregúntate. Dios que ya te ha hablado, espera una palabra tuya, un por qué o un cómo es esto, una palabra de petición, de alabanza o de agradecimiento.

Dios, que es luz, te iluminará para que puedas conocer la verdad de tu vida, o descubrir algún pecado ocul-to o una situación de pecado permanente, aunque no sea grave. O descubrirás quizás una angustia encubier-ta y no sentida, una in-quietud cuyo origen desconocías, una falta de esperanza porque tu fe es débil. Deja que penetre en ti la luz origen de toda luz, para conocer y saborear lo que Dios quiere hacer en ti.

9.    Y todos creyeron en él

Los samaritanos, conocido el testimonio de la mujer, no fueron al pozo a buscar o sacar agua retenida, sino a la fuente de agua que corre y da vida. Acudieron por lo que había contado la mujer. Se encontraron con Jesús y le invitaron a quedarse un tiempo con ellos. Había caído un primer muro de separación: la enemistad entre samaritanos y judíos. Faltaba sólo oír a Jesús, escuchar su palabra, conocerle personalmente, convivir con él unos días.

Todos, samaritana y samaritanos, bebieron de la fuente. Creyeron por la palabras de él, y decían: Nosotros mismos hemos escuchado y sabemos que éste es real-mente el salvador del mundo. Es el final de la cate-quesis. Misión cumplida por par-te de Jesús. El pozo de Sicar se secaría con el tiempo. La fuente de agua viva -Cristo, el Espíritu- es inagotable, sigue manando con abundancia y de ella han bebido y siguen be-biendo todos los seguidores de Jesús. Sólo es necesario acoger siempre las palabras de Jesús: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba quien cree en mí.

El agua de esta fuente corre a través de ti. Porque, si crees de verdad, de tus entrañas manarán ríos de agua viva. La Samaritana corrió a la aldea a contar todo lo que había visto y oído. Y muchos, en un primer mo-mento, creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer. Pero la Samaritana no era fuente de nada. Por eso acudieron a quien podía saciar del todo su sed.

Entra dentro de ti mismo para verte, conocerte mejor  y cerciorarte de que no eres pozo seco, sino manantial de agua viva. Y luego, déjala correr, es decir, comunica a otros la experiencia de tu encuentro con Jesús. Pero no para vaya con-tigo y te sigan sino para que acudan a él, crean en él y puedan beber de la fuente de agua viva. Él es, como dijeron los samaritanos, el salvador del mundo.
Por último, te invito a rezar conmigo una parte del salmo 41, que dice así:

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed  de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan noche y día,
mientras todo el día me repiten:
“¿Dónde está tu Dios”?
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
“Salud de mi rostro, Dios mío”.
Tomado del Libro:  Bebieron de la Fuente
P. Teodoro Baztán Basterra.


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