martes, 14 de marzo de 2017

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ZAQUEO (2) Lucas 19, 1-10

A pesar de todo, queremos caminar. 

Y caminamos. Con paso torpe o decidido, pero caminamos. No ha muerto, ni mucho menos, nuestro deseo de “ver” a Jesús. Quizás se encuentre un poco apagado este deseo, o no despierto del todo. Nuestra fe se mantiene viva, aunque frágil en ocasiones. Y sentimos también, a veces, que nuestra voluntad nos empuja a acercarnos al Señor. Y nos empuja, no tanto por curiosidad, cuanto por necesidad sentida. Y nos ponemos en camino.

Porque eso es –lo debe ser- nuestra vida cristiana: un caminar hacia Cristo, un ir siempre a su encuentro, un querer verlo aunque sólo sea, como dice san Pablo, a través de un espejo, opacamente: “Ahora vemos como por medio de un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13, 12). Al discernir y aceptar la llamada del Señor a seguirle en cuanto cristianos laicos –que en eso consiste la vocación por nuestro bautismo- y entrar a formar parte de una comunidad cristiana -la Iglesia- , le dijimos, como san Pedro: “Te seguiré, Señor, a dondequiera que vayas”. Y nos pusimos en camino.

Pero nos ocurre, nos puede ocurrir, como a Zaqueo: en este caminar para ver al Señor se podrían interponerse una muchedumbre de fenómenos o situaciones que pueden dificultar o entorpecer nuestro encuentro con Él. Situaciones o fenómenos que debemos superar o elevarnos sobre ellas para poder ver y dejar-nos ver. Entre otras:

a)    El medio ambiente en el que vivimos. En el mundo de nuestro entorno domina el hedonismo. El dios-placer está suplantando al Dios vivo. El bienestar personal (comodidad, satisfacción inmediata de necesidades creadas, el tener y poseer, el pasarlo bien…), viene a ser la máxima aspiración del hombre hoy. Y este fenómeno quizás ha ido penetrando muy sutilmente en nosotros. Y en la medida en que haya entrado en nosotros viene a ser un muro que dificultará nuestro encuentro con el Señor a quien queremos ver. 

b)    El cansancio y la rutina. Seguir a Cristo, que eso es caminar, supone y exige esfuerzo continuo, ilusión mantenida pase lo que pase, afrontar las dificultades y superarlas, luchar contra la tentación de la dejadez o el abandono… Es decir, llevar la cruz. Y llevarla, además y en lo posible, con gozo y paz. Pero cuando el cansancio, la rutina o la costumbre se incrustan en nuestro interior, el camino al encuentro con el Señor se hace muy cuesta arriba, la cruz más pesada, el gozo inicial va dejando paso a un cierto desencanto, y la vida, nuestra vida, viene a ser, entonces, un “muro de lamentaciones”, difícil de derribar o sobrepasar.

c)    El miedo al futuro. Si nos vamos haciendo mayores, ¿qué será de nosotros de aquí a pocos años? ¿Habrá merecido la pena tanto esfuerzo? Si somos jóvenes, ¿qué será de nosotros el día de mañana? Si estamos sanos, en cualquier momento podríamos enfermar gravemente. Si…

No está de más recordar la escena de la barca sacudida por el oleaje violento en el lago de Tiberíades y Jesús dormido en ella. Había miedo en los discípulos. Pavor en torno, se dice en otro lugar. ¿Señor, no te importa que nos hundamos? Jesús les echa en cara su poca fe, calma la tempestad y se hace la bonanza.

Este miedo al futuro es otra “muralla” que se interpone para ver a Jesús despierto y no dormido. Como dice San Agustín, el que duerme no es el Señor, sino nosotros. Nuestra fe es la que está dormida. ¿Por qué te turbas? Tu corazón se turba por los problemas del mundo, al igual que aquella barca en que dormía Cristo… La nave en la que duerme Cristo es tu corazón en que duerme tu fe. Despierta, sube por encima de esta “muralla” y verás a Jesús que, lo mismo que a Zaqueo, te trae y ofrece la salvación, además de una esperanza viva en él. 

d)    Otra “muchedumbre”: Relaciones interpersonales salpicadas de celos, sospechas, habladurías, comentarios nada amables, pequeñas envidias, etc. Olvidamos fácilmente unas palabras muy hermosas y llenas de contenido evangélico de san Agustín en su Regla: “Honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos”. 

Si no vemos, de hecho, aunque sí en teoría, a Cristo en el hermano o la hermana, no podremos “ver” a Cristo de ninguna manera. ¡Este sí que es un verdadero muro que nos separa para llegar hasta Cristo que pasa muy cerca de nosotros!

Puede haber otros muros o “muchedumbres” que se interpongan o dificulten tu encuentro vivo y personal con Cristo. Si existieran, habría que hacer todo lo posible para superarlos o eliminarlos.

Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
P. Teodoro Baztán Basterra

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