martes, 10 de octubre de 2017

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CONVENIENCIA DE LA ENCARNACIÓN DE DIOS PARA LIBERAR AL HOMBRE

Realmente son unos necios los que dicen: ¿No podía la Sabiduría divina liberar al hombre de otro modo sino asumiendo al hombre, naciendo de mujer y padeciendo tanto de parte de los pecadores? A éstos les decimos: Podía perfectamente. Pero, si lo hubiese hecho de otro modo, también hubiese disgustado a vuestra necedad. Si no hubiese aparecido a los ojos de los pecadores, no hubiesen podido contemplar su esplendor eterno, visible a la mirada interior pero invisible a las mentes corruptibles. Pero ahora, al dignarse instruirnos con su apariencia visible para disponernos a lo invisible, disgusta a los avaros porque no tuvo un cuerpo de oro, disgusta a los impuros porque nació de mujer, y los impuros odian muchísimo el que las mujeres conciban y den a luz, disgusta a los altivos porque sufrió con paciencia las injurias, disgusta a los sibaritas porque fue atormentado, y disgusta a los medrosos porque padeció la muerte. Y para que no parezca que defienden sus vicios, dicen que eso no les disgusta en los hombres, sino en el Hijo de Dios. Pues no entienden en qué consiste la eternidad de Dios que asumió al hombre, ni en qué consiste esa misma criatura humana, que con esas mutaciones fue reconducida a su antigua firmeza, para que aprendiéramos, por la enseñanza divina, que la enfermedad contraída por el pecado se cura con la virtud. Así, también se nos mostraba a qué grado de caducidad había llegado el hombre, por su pecado, y de qué fragilidad fue liberado con el auxilio divino. 

Para eso el Hijo de Dios asumió al hombre y en él padeció los achaques humanos. Esta medicina del género humano es tan alta que no podemos ni imaginarla. Porque ¿qué soberbia podrá curarse si no se cura con la humildad del Hijo de Dios? ¿Qué avaricia podrá curarse si no se cura con la pobreza del Hijo de Dios? ¿Qué ira podrá curarse si no se cura con la paciencia del Hijo de Dios? ¿Qué impiedad podrá curarse si no se cura con la caridad del Hijo de Dios? Finalmente, ¿qué miedo podrá curarse si no se cura con la resurrección del cuerpo de Cristo el Señor? Levante el género humano su esperanza y reconozca su naturaleza y vea qué alto lugar ocupa entre las obras de Dios. No os menospreciéis, ¡oh varones!, pues el Hijo de Dios se hizo varón. No os menospreciéis, ¡oh mujeres!, pues el Hijo de Dios nació de mujer.

Pero tampoco améis lo carnal, pues, en el Hijo de Dios, no somos ni varón ni mujer. No améis las cosas temporales, porque si pudieran amarse rectamente, las hubiese amado el hombre asumido por el Hijo de Dios. No temáis las afrentas ni la cruz ni la muerte, porque si dañasen al hombre no las hubiera padecido el hombre que asumió el Hijo de Dios. Toda esta exhortación que, ahora, por doquier se pregona y venera, que cura a toda alma obediente, no entraría en las vidas humanas si no se hubiesen realizado todas esas cosas que tanto disgustan a los necios. ¿A quién se dignará imitar la ambiciosa altivez, para llegar a gustar la virtud, si se avergüenza de imitar a aquel de quien se dijo, antes de nacer, que será llamado Hijo del Altísimo, y que de hecho así es ya llamado por todo los pueblos, cosa que nadie puede negar? 

Si tan alta estima tenemos de nosotros mismos, dignémonos imitar a aquel que se llama Hijo del Altísimo. Si nos tenemos en poco, osemos imitar a los publicanos y pecadores que le imitaron a Él. ¡Oh medicina que a todos aprovecha: reduce todos los tumores, purifica todas las podredumbres, suprime todo lo superfluo, conserva todo lo necesario, repara todo lo perdido, corrige todo lo depravado! ¿Quién se enorgullecerá contra el Hijo de Dios? ¿Quién desesperará de sí, cuando el Hijo de Dios quiso ser tan débil por él? ¿Quién pondrá la vida feliz en aquellas cosas que el Hijo de Dios enseñó a despreciar? ¿A qué adversidades cederá, quien cree que la naturaleza humana fue preservada, por el Hijo de Dios, entre tantas persecuciones? ¿Quién pensará que tiene cerrado el reino de los cielos, cuando sabe que los publicanos y las meretrices imitaron al Hijo de Dios? (Mt 21,31) ¿Y de qué maldad no se librará quien contempla, ama e imita los hechos y dichos de aquel hombre en el que el Hijo de Dios se nos ofreció como ejemplo de vida?
(Agon, XI, 12)


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