lunes, 10 de septiembre de 2018

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SAN NICOLÁS DE TOLENTINO

No buscaba sus propias cosas, sino las de Jesucristo.

Éste es el que, despojándose del hombre viejo, se revistió del nuevo en Jesucristo, prometiendo la obediencia de Cristo. Éste es el que, deseando realizar la vida apostólica, le siguió pobre, desnudo, crucificado. Éste es el que, amando la limpieza de la castidad, crucificó su propia carne.
Tan pronto como conoció que la castidad no puede guardarse sino reduciendo el cuerpo castigado a servidumbre, comenzó a llevar una vida más austera que la de los demás hermanos. No solamente con el ayuno y la abstinencia, sino con disciplinas y otras mortificaciones sometía su cuerpo a la servidumbre del alma.

Así como complacía al Señor con oraciones, así agradaba al prójimo con obras de piedad. Visitaba a los enfermos, compartiendo sus sufrimientos, de tal modo que cuanto estimaba deleitable para ellos, lo conseguía y se lo daba.

Tratando con sanos y enfermos, no se saciaba de predicar y hablarles continuamente de la dulzura admirable de la palabra de Dios. Se compadecía también de los espiritualmente enfermos, de modo que rezaba por los pecadores que con él se confesaban para librarles de las tinieblas de los pecados. Amaba a los pobres y los favorecía con palabras y con obras, adquiriendo para ellos vestidos y alimentos. A los hermanos huéspedes los recibía con agrado, como ángeles de Dios. Era alegría para los tristes, consuelo para los afligidos, paz para los desunidos, reposo para los cansados, amparo para los pobres, remedio especial para los cautivos.

Resplandecía tanto en la caridad, que juzgaba ganancia morir no solamente por Cristo, sino por el prójimo. El alimento y vestuario que hubiere, lo consideraba escaso para sus hermanos, mientras que él se contentaba con poco. Por gracia de esta virtud, no buscaba las cosas que eran suyas, sino las de Jesucristo, y anteponía no las cosas propias a las comunes, sino la comunes a las propias, siendo un fiel cumplidor de la regla del santo padre Agustín. Sus palabras, que procedían de un corazón lleno de caridad, no eran ociosas ni superfluas ni vanidosas, sino que estaban siempre llenas de piedad edificante y de honestidad.

Cercano a la muerte, llamó a sus hermanos y les dijo con humildes palabras: «Aun cuando no tengo conciencia de algo reprobable, no por esto me tengo por justificado. Por lo tanto, si herí o injurié a alguno, si en algo ofendí, juzgadlo vosotros y ahora perdonad mis delitos para que también sean perdonadas vuestras deudas».

De la Vida de san Nicolás, presbítero, de Pedro de Monterubbiano
(Cap. I, III–V, ASS, III Sept., Venetiis 1761, 645, 650, 652. 656)
Fuente: Liturgia Agustiniana de las Horas

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