lunes, 21 de enero de 2019

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DOMINGO II C. TIEMPO ORDINARIO

Acabamos de salir de las fiestas navideñas, hemos celebrado también la del Bautismo del Señor y entramos en el “Tiempo Ordinario”, según el lenguaje litúrgico, en la vida “normal”, también en el ámbito eclesial. En los domingos de este tiempo leeremos el evangelio de san Lucas; hoy, todavía, y como una prolongación de las “manifestaciones” del tiempo de Navidad, escucharemos a san Juan en el relato de las Bodas de  Caná.

La alegría que encuentra el esposo con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.

Así se expresaba el profeta Isaías quien, de forma poética, se dirigía a los suyos con palabras cargadas de consuelo y esperanza; suenan como un anticipo de lo que escucharemos en el evangelio. El pueblo de Israel, que está en el destierro, tiene cerca la salvación: va a “romper la aurora de su justicia y su salvación va a llamear como antorcha”. El profeta asume una comparación muy utilizada por otros profetas: Yahvéh es el esposo y el pueblo de Israel, la esposa. Después de un período en que se la podía llamar en verdad “abandonada” y “devastada”, ahora se acerca el día en que se la conocerá como la “favorita” y la “desposada”. Dios sigue siendo Esposo fiel: “Dios te prefiere a ti... como un joven se casa con su novia así se desposa el que te construyó”. A la luz de estos mensajes comprenderemos mejor cómo Jesús se presenta en este ambiente de boda y de fiesta como el enviado que hará realidad lo que anuncia el profeta. Las promesas de Dios llegan a su pueblo y se hacen vida.  

El salmo es como un eco de los mensajes de la primera lectura, con sentimientos de alegría y alabanza: “contad las maravillas del Señor a todas las naciones”, “proclamad su victoria... decid a los pueblos: el Señor es rey y él gobierna a los pueblos rectamente”.

La boda, el vino y la alegría

La milagrosa conversión del agua en vino, en las bodas de Caná de Galilea, según el modo de hablar de san Juan, es el primer “signo” que hace Jesús. Signo de la encomienda que le ha confiado el Padre. Fue un acontecimiento ciertamente importante del que podríamos resaltar algunos aspectos muy significativos como la intercesión materna de María o que Jesús asistiera a estas fiestas en compañía de sus hermanos y de sus discípulos. Con el recuerdo de las fiestas navideñas en las que nos hemos deseado unos a otros bienestar y felicidad nos fijamos fundamentalmente en este aspecto “cristológico”: “Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él” y lo hace precisamente, en este ambiente de “fiesta” familiar, como son las bodas. Asistimos a un acontecimiento transcendental, pues con él se abre una era nueva en la historia de la humanidad. Comienzan unos tiempos diferentes.

“No tienen vino”. Las bodas, como sucede ahora, eran una fiesta para las familias de los contrayentes. Según el carácter social y los recursos económicos los invitados podían ser numerosos. Llegados de poblaciones, a veces lejanas, y según los medios de comunicación o de transporte con que contaban entonces, estas celebraciones podían durar varios días. Se prolongan los festejos y se acaba el vino, elemento importante en las comidas y en la celebración de este tipo de festejos. Y Jesús realiza el primer milagro con el que se presenta ante los suyos como el esperado, el deseado, capaz de colmar la aspiraciones de aquel pueblo que ha estado caminando a lo largo de siglos con la esperanza puesta en su  Mesías salvador.

El agua de aquellas tinajas de piedra con la que se lavaban quienes venían de lejos caminando y que iban a participar en las fiestas, ante la sorpresa de todos, queda convertida en vino y en Vino Bueno, como dice el maestresala o mayordomo. El agua de la purificación representa la historia del pueblo de Israel, que ha vivido siempre entre búsquedas y destierros. Después del tiempo de preparación y de purificación del Antiguo Testamento llega Jesús que se convierte  en vino de fiesta y de plenitud. Comienza el tiempo de salvación para su pueblo. Es el Vino Bueno que se sirve al final de estos días de festejos. Por fin, ha llegado el esperado, el Mesías, el Salvador que se presenta en un ambiente festivo como es el de la celebración de unas bodas.

Es fácil entender la metáfora muy frecuente, tanto en el AT como en el NT, del amor de los esposos y de las bodas para expresar el amor que Dios tiene a Israel o Cristo a su Iglesia y, a la vez, cómo tenemos que corresponder nosotros a ese amor. Dios no se cansa de amar. Cristo no se cansa de amar. A pesar de las infidelidades de Israel y de las nuestras. Nada más salir de la Navidad, donde la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra naturaleza es lo más parecido al matrimonio entre Dios y la humanidad, tanto Isaías como la escena de Caná insisten en esta perspectiva. Es una convicción que da sentido a nuestra existencia: Dios nos ama con un amor comparable al del esposo para con su esposa. En el evangelio se ve la profundidad y la alegría de esta noticia: Cristo bendice con su presencia la celebración de una boda, más aún, él mismo aparece simbólicamente como el Novio o el Esposo, el Vino bueno que Dios ha preparado para los últimos tiempos.

El simbolismo de toda la escena, sobre todo conociendo la intención que suele tener Juan en sus relatos, apunta a que ha llegado ya la hora mesiánica, la hora del Esposo que cumple las promesas del AT. El signo milagroso de Caná expresa el “sí” de Cristo al amor, a la fiesta, a la alegría de aquellas familias sencillas de pueblo. Pero también quiere mostrar cómo el “Vino Bueno” ha llegado al final de los tiempos de espera, y que ya ha sonado la hora del Enviado de Dios. Vino, amor, alegría, fiesta: es el Reino que Cristo ha venido a anunciar y hacer realidad. Es lo que debemos vivir a lo largo de todo el año, ya que en su Palabra y en la Eucaristía se nos hace presente para que vivamos en este ambiente de gozo y esperanza. También, como María, atenta a las necesidades de los demás, nosotros deberemos vivir pendientes de las necesidades de los que conviven con nosotros y repartir con ellos los dones o carismas que el Señor nos haya regalado, como dice san Pablo en la carta a los fieles de Corinto. Que en nuestros ambientes no falten el amor y la serenidad, la paz y el buen entendimiento entre todos: “haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz”, dice el Apóstol.

P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.


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