viernes, 3 de abril de 2020

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CONTRA LA MENTIRA VII

Tres principios para combatir el priscilianismo

Tampoco me he propuesto yo en este discurso, lo que más bien te pertenece a ti, que desenmascaraste a los priscilianistas, tratar todo lo que toca a sus dogmas falsos y perversos, para que no parezca que los estudiamos para darlos a conocer y no para combatirlos. Haz todo lo posible para que sean vencidos, tú que conseguiste ponerlos al descubierto. No vaya a ocurrir que, mientras nos dedicamos a descubrir a los mentirosos, dejemos de lado, como irrefutables, sus mentiras, cuando, más bien, debemos destruir las falsedades ocultas en los corazones que, perdonando sus falsedades, descubrirlos a ellos en sus refugios. Ahora bien, entre esos dogmas priscilianistas, que debemos aniquilar, está el que afirma que las personas piadosas deben mentir, para ocultar sus sentimientos religiosos, no solo cuando se trata de cosas que no atañen directamente a la doctrina de la religión, sino que se ha de mentir, precisamente, cuando se trata de la religión para que no quede al descubierto ante los extraños. Así, por ejemplo: se debe negar a Cristo para no aparecer como cristiano ante sus enemigos. Te suplico, pues, que te apresures a destruir este dogma impío e infame que pretenden fundamentar con testimonios tomados de la Escrituras, en los que parece que no solo se ha de perdonar y tolerar la mentira, sino que se la debe honrar. A ti, pues, te pertenece, al refutar esta secta detestable, mostrar que estos testimonios de la Escritura se deben entender de tal modo que les hagas ver, o que si se entienden, realmente, como se deben entender, no son mentiras las que se toman por tales, o que, si se trata de verdad de mentiras manifiestas, no se deben imitar, y, en todo caso, al menos, en lo que atañe a la doctrina de la religión, para nada se puede mentir. De esta manera los destruirás de raíz al destruir los fundamentos en que estriban, y asimismo se pensará que no se ha de seguir y se ha de evitar al máximo a los que afirman que deben mentir para ocultar su herejía. Esto es lo primero que hay que combatir de ellos: golpear y derribar su propia fortaleza con los dardos de la verdad. Y no se ha de ofrecer refugio para resguardarse a los que no lo tenían, no sea que, si son descubiertos por aquellos a los que pretendían seducir aunque no lo consiguieron, digan: Solo pretendíamos tentarlos, pues católicos prudentes nos enseñaron que se podía usar de esa trampa para descubrir a los herejes.

Por eso, procede que te exponga ahora más ampliamente por qué yo he adoptado esos tres principios de discusión contra quienes pretenden aducir el patronato de las divinas Escrituras para justificar sus mentiras. En primer lugar, debemos mostrarles que ninguna de las que allí se juzgan como mentiras, es realmente eso, si se entiende adecuadamente. En segundo lugar, si allí hay alguna mentira manifiesta, no se debe imitar. Y en tercer lugar, contra la opinión de todos los que piensan que pertenece al oficio de hombre bueno el mentir alguna vez, se ha de mantener, por encima de todo, que, en la doctrina de la religión, nunca se debe mentir. Estos son, pues, los tres principios que poco antes te recomendé y que casi te impuse para que los lleves a la práctica.

Aplicación del primer principio

Para demostrar que algunas cosas que parecen mentiras, en las Escrituras, no son lo que se piensa, si se entienden rectamente, no te debe parecer de poca importancia que siempre encuentran en los libros proféticos y no en los apostólicos sus seudoejemplos de mentiras. Pues todas aquellas cosas que citan literalmente, donde alguno ha mentido, se leen en dichos libros, en los cuales se han escrito no solamente algunos dichos, sino que también se relatan muchos hechos en sentido figurado, porque también se han realizado figuradamente. En esas figuras, lo que parece una mentira, bien entendido, se ve que es verdad. Pero los Apóstoles, en sus Cartas, hablaron de otra manera, y así también se escribieron los Hechos de los Apóstoles, una vez revelado en el Nuevo Testamento lo que se ocultaba en las metáforas proféticas. En fin, en todas las Cartas apostólicas, y en el excelente libro en el que, con toda veracidad, se narran sus hechos canónicos, no se encuentra a nadie que mienta de tal modo que se pueda proponer de ejemplo para autorizar la libertad de mentir.

Pues, con razón, fue reprendida y corregida la simulación de Pedro y Bernabé, por la que obligaban a judaizar a los gentiles, para que, entonces, a nadie hiciese daño, ni tampoco sirviese a la posteridad como ejemplo a imitar. Pues, como viese el apóstol Pablo que no caminaban rectamente conforme a la verdad del Evangelio, dijo a Pedro ante todos: Si tú, siendo judío, vives al estilo de los gentiles y no de los judíos, ¿por qué obligas a judaizar a los gentiles? Y esto que hizo él, de ningún modo debemos pensar que lo hizo falazmente, sino que, para no aparecer como enemigo de la Ley y los Profetas, mantuvo y realizó ciertas observancias legítimas de las costumbres judías. Precisamente, respecto a esta cuestión, es bien conocida su opinión, en la que estaba bien fundado: no prohibir a los judíos, que entonces creyeran en Cristo, mantener las tradiciones paternas ni obligar a los gentiles a observarlas para hacerse cristianos. Así, no huirían de aquellos sacramentos que Dios les había impuesto, como si fueran sacrilegios, ni pensarían que eran tan necesarios, una vez revelado el Nuevo Testamento, que sin ellos no se podrían salvar los que se convirtieran a Dios. Ciertamente, había algunos que pensaban y predicaban esto aún después de recibir el Evangelio de Cristo. Pedro y Bernabé estaban de acuerdo, simuladamente, con ellos y, por eso obligaban a los gentiles a judaizar. Pues, obligarles a judaizar era, predicarles como necesarios esos sacramentos, como si el Evangelio recibido no ofreciera la salvación, en Cristo, sin ellos. Esto es lo que pensaban por error algunos, esto lo que aparentaba por temor Pedro y contra esto argüía la libertad de Pablo.

En cuanto a lo que dice: Me he hecho todo para todos para salvarlos a todos, eso lo hizo por medio de la compasión, no por medio de la mentira. Uno se hace semejante a aquel al que quiere socorrer cuando le socorre con tanta misericordia cuanta desearía se tuviera con él, si él mismo estuviese en ese mismo lamentable estado. Por tanto, se hace como aquél no para engañarle, sino para ponerse en su lugar. De ahí el dicho del Apóstol que ya cité más arriba: Hermanos, si algún hombre cayere ofuscadamente en algún delito, vosotros, que sois espirituales, instruidle con espíritu de mansedumbre, cuidándoos de no caer vosotros en la misma tentación. Pero, si porque había dicho: Me he hecho judío con los judíos, y como si estuviera bajo la Ley de los que estaban bajo la Ley, vamos a pensar que aceptó, dolosamente, los misterios de la antigua Ley, también tendríamos que pensar que, del mismo modo falaz, habría aceptado la idolatría de los gentiles porque también había dicho: que se había hecho como sin ley para ganar a los que vivían sin ley, lo que, ciertamente, no hizo. Pues no sacrificó, en ningún lugar, a sus ídolos ni adoró sus simulacros, antes bien mostró, con toda libertad como mártir de Cristo, que se habían de detestar y considerar vitandos.

En consecuencia, los priscilianistas no nos pueden proponer ningún hecho ni dicho apostólico como ejemplo de mentira, para que sean imitados. Pero, de los hechos o dichos proféticos, se cree que pueden sacar argumentos porque toman por mentiras las figuras proféticas que, a veces, se parecen a las mentiras. Pero, cuando las referimos a aquellas cosas que, para significarlas, fueron así hechas y dichas, vemos que su significado es verdadero, y, por tanto, en absoluto son mentiras. Puesto que la mentira es la significación de una cosa falsa con la voluntad de engañar, y no hay tal significación falsa, cuando se significa una cosa por medio de otra, pues, si se entiende correctamente, el significado es verdadero.
CMend XI_ XII

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